Casa Garzón.

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Poché.

Estaba aturdida, miraba a todos lados y no veía a nadie, Calle estaba sujeta al volante mirando al frente con la mente pérdida.

—Amor— Susurró.

—¿Si?— Respondí mirándola fijamente. No se movía.

—Creo que me pase un semáforo en rojo— Me miró —¿Estás bien?— Continuaba sujeta al volante como si de eso dependiera su vida.

—Lo estoy, ¿Tú?— Devolví la pregunta.

—Sí, estoy bien— Respondía distraída.

—¿Por qué sujetas el volante con tanta fuerza?— Sonreí, ella miró sus manos, los nudillos estaban blancos, mostrando así la presión que estaba ejerciendo. Soltó el volante.

—Se acercan unas chicas— Avisó, soltó su cinturón y abrió la puerta de la camioneta.

—Juliana se va a morir— Susurré, pensando en que la camioneta estuviera destruida. Me bajé.

Observé a un par de chicas hablando con Daniela, una de ellas estaba bastante brava mientras la otra sólo me observaba. Revisé la parte trasera de la camioneta y me di cuenta que no había sido tan grave, un pequeño golpe en un costado y una farola vuelta mierda.

—Hola, estás sangrando— La chica que me observaba antes se acercó a mí, traía un pequeño bolso de cuero azul. Llevé mis manos a la cabeza en busca de la sangre. Se acercó a mí.

—Aquí— Señaló mí ceja con delicadeza la chica tenía cabello negro y piel blanca —Soy Andi. Médico, ¿Puedo revisarte?— La miré con atención y asentí.

—¿Es grave?— Pregunté.

—Lo dudo, pero ya lo vamos a descubrir— Me guió hasta el asiento del copiloto de su impresionante Jeep, mí marca de autos favorita.

—Vas a seguir la luz, por favor— Me indicó en lo que encendió una pequeña linterna e iluminó mis ojos —Tienes unos ojos muy hermoso...— Se quedó en silencio.

—María José— Hablé entregándole el dato que le faltaba.

—María José— Sonrío —Bueno, no fue nada grave, solo un leve golpe. Pondré una bandita para cubrirte la herida, cuando estés en casa lávate bien el rostro y desinfecta— Sonrío mientras guardaba sus cosas dentro de su pequeño bolso.

—Gracias Andi— Agradecí y empezamos a escuchar las voces  de las dos chicas que discutían en medio de la calle, caminamos hasta ellas.

—¡Daniela ya!— Ambas gritamos al mismo tiempo, nos miramos.

—¿Se llaman igual?— Preguntó Andi.

—Eso parece— Respondí con una risita burlona.

—Con razón— Añadió Andi.       

Me acerqué a Calle y la tomé del brazo llevándola conmigo al otro lado de la camioneta. No sé callaba, seguía gritando indirectas.

—Te callas, me tienes mamada con tu aire de persona intocable. Sabes que fue tu culpa, ¿No?— Se sentó en el asiento del copiloto mientras me miraba atentamente.

—Fue tu culpa por hacerme enojar— Respondió.

—Eres una estúpida, ¿Crees que tengo que hacer lo que a ti te de la gana? ¿Crees que tienes derecho sobre mí?— En ese momento mis ojos estaban llenos de lágrimas y la ira salía por mis poros.

—Solo te quiero cuidar, no puedo permitir que nada te pase— Se levantó y quiso abrazarme. No sé lo permití.

—¿Sabes que es lo mismo que quiero contigo? ¡Cuidarte! A ti te vale verga— Alcé un poco la voz.

KILÓMETRO 7 - CachéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora