Capítulo 21: La desobediencia

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Hades invocó a sus hijos mayores a mitad de la madrugada. Leka, a regañadientes estaba frente a él, mientras que Alecto estaba completamente a disposición de su padre, como un soldado, como alguien a quien se le ha inculcado desde siempre a obedecer.

—¿Noticias?— urge el Dios peliazul. Los dos niegan—. ¿Seguros?

—Si te refieres a la amiguita de Mal, pues sí hay. Llegó la otra noche—comenta la chica—. No sé qué tiene de especial, pero llamó la atención de todo mundo y...

—Basta.

—Sí, padre.

Alecto se adelanta un par de pasos, y en cierta forma, se coloca frente a su hermana con aire protector. Sabía que si dejaba hablar a su hermana de más, se metería en problemas. O mejor dicho, los metería en problemas a ambos.

—Todo ha estado en calma— dice Alecto, sus hombros tensos—. Estamos cumpliendo al pie de la letra tu orden. Ningún cuervo ha aparecido, ni siquiera acercado. De haberlo hecho no existiría más. No debes preocuparte.

Hades asiente. Comienza a caminar alrededor de sus hijos, observándolos a ambos, midiendo, quizás, el nivel de confianza que les tiene. Sabe que ellos harán lo que les pida sin cuestionar, pues así los crió, pero él más que nadie conocía lo corruptibles que son los dioses.

En especial su hija, Leka, que de los dos, siempre fue la más rebelde.

—Tengo una nueva misión para ustedes.

Ambos pelinegros, expectantes, miran a su progenitor con interés.

Desaparece por días, incluso semanas, y luego reaparece sin dar ninguna clase de explicación. Su carácter blando, aquel que presencian sólo cuando Mal está presente, ha desaparecido por completo.

Pareciera que su favoritismo por la pelimorada ha crecido, y el frío distanciamiento que tiene con Alecto, Hadie y Leka parece confirmarselos.

—Han jugado mucho a la familia feliz— prosigue Hades. Su rostro serio, deja de lado cualquier intención de broma—. Es hora de rescirsir el daño hecho hacia a mí cuando me encerraron.

—¿Qué quieres que hagamos?

—Incendien el palacio imperial. Con llamas divinas, no simple fuego. ¿Entendieron? Cuando saque a Mal quiero que lo destruyan todo.

Los ojos de Leka se abren con sorpresa, mientras que Alecto permanece inmutable.

—P-pero... — Leka cree haber escuchado mal.

Hades la mira. No. No ha escuchado mal. Él realmente quiere que hagan eso.

—No hay peros. Obedecerán.

Leka está a punto de rebatirle, decirle que no quería hacer eso. Alecto prevé sus movimientos. Maldice mentalmente y la detiene.

—Lo haremos— asegura por los dos—. ¿Cuándo?

No hay orgullo en los ojos de Hades. No es como si estar dispuestos a hacer semejante hazaña lo hiciera sentir un poco feliz. Él no los ve como hijos, él los ve como asesinos. Nada más. Nada menos. Alecto presiona su quijada con fuerza.

—Cuando les dé la señal. Nadie debe saberlo. Debe tomarlos por sorpresa, ¿entendieron?

Justo en ese instante, el sonido del crujir de unas ramas los alerta a los tres. Un espía detrás de los arbustos.

Hades estira el brazo con la palma abierta antes de que el fisgón se aleje, y al cerrarla, arrastra el cuerpo humano de su hijo mejor contra su voluntad.

A N A R C H Y ¦ Descendientes (CHAOS #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora