Capítulo 23: Regresar a casa

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Antes del incendio

—¿Cuánto tiempo más, Mal?

Kheaden se recarga contra la corteza de un viejo roble, oculta sus manos temblorosas en los bolsillos de su pantalón.

—¿De qué hablas?— cuestiona la chica, abrazándose así misma. Sus ojos no se despegan de la figura alargada del chico.

Avanza, se detiene, duda. No sabe cuánta distancia es prudente, ni cuánto tardará el deseo en hacerse presente. Deseo. ¿Deseo de qué? No lo sabe, y eso es lo que más le aterra.

Kheaden se encoge de hombros, con desinterés, y su gesto se torna incluso aburrido. Ese maldito gesto que lo hacen ver tan... atractivo y misterioso.

Entonces decide cambiar de tema.

—Deberías estar con Ben— murmura él, chasqueando la lengua, usando una de sus manos para impulsarse hacia adelante—, pero aquí estás. Conmigo.

—Ben duerme.

—¿Seré tu amante mientras? No me molesta, cariño. En lo absoluto...

La recorre de arriba a abajo.

—Idiota.

Kheaden ríe, burlón, y le guiña un ojo. Si aquello fue una propuesta o una broma, era imposible de identificar. Probablemente lo hacía. O probablemente en verdad lo quería.

—Sabes que Evie no deja de hablar de ti. Te menciona, con cariño, como si...

—Evie y yo compartimos un vínculo. Cuando revivimos a Ben, a Shang y a mi madre ese vínculo se formó. Es difícil de explicar, pero hay nulo interés amoroso— explica, con rapidez, queriendo aclararle eso—. Yo protegeré a Evie con mi vida. Pase lo que pase. Si muero, será no sin antes asegurar su seguridad. Lo prometo por lo que más quiero que hay en mi vida.

Ha llevado la mano que tiene la marca a su corazón. Mal se queda sin aire, ante tal promesa, y no sabe si sentirse aliviada o no.

Kheaden siente que ha dicho mucho, y se avergüenza, pues no acostumbra a abrirse así ante nadie. Tiene problemas para demostrar afecto, como cualquier chico criado en la isla.

Su voz se dificulta. Tiene que decir algo más. Como puede, las palabras abandonan sus labios en un tono de voz apenas audible:

—Y eso eres tú, Mal. Tú eres lo que más quiero en la vida.

Mal las escuchó, su corazón se detuvo, y luego reanudó su marcha con tanta fuerza que casi la deja sin aire. Él no la miró a los ojos, él miró suelo en todo momento, y no importó, porque nunca en su vida había hablado con tanta certeza y sinceridad.

Kheaden exhala el aire en sus pulmones con fuerza. Y trata de reír, pero tose, quizás por el nerviosismo que siente.

—Escucha, sé que amas a Ben, pero sabes que tú y yo sentimos una atracción poco común. No te pido que correspondas mis sentimientos, sólo que, si algún día te sientes sola, recuerdes estas palabras y, bueno, sentirte menos sola. Si es posible.

Cómo si presagiara su separación, aquello suena a una triste despedida. 

Mal no encuentra palabras para decir. Él vuelve a sonreír. Ella no puede, quizás porque está en shock, o quizás porque no sabe cómo sobrellevar los sentimientos que la bombardean.

—Mal, yo te...

Hades aparece en ese instante. Mal se sobresalta, y antes de que escuchar las palabras que probablemente terminarían por dejarla desarmada, Hades ahuyenta a Kheaden con la mirada y la jala del brazo.

A N A R C H Y ¦ Descendientes (CHAOS #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora