Capítulo 26: Reclutamiento malvado

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Jay y Carlos discuten, sin ser sorpresa. El peliblanco se niega a mover un dedo en la recolección de agua en el pozo de la ciudadela. Lleva a Chico en brazos, como es usual, y la oscuridad sobre sus cabezas aumentando la ansiedad de regresar adentro.

—Ayúdame, idiota— gruñe Jay, maldiciendo el momento en que eligió a su amigo para aquella tarea que de complicada no tenía nada—. Sólo sosténme de aquí— señala la altura de sus costillas—, hazlo o caeré. Rápido.

Carlos asiente. Deja a su mascota en el suelo, y el perro aprovecha para olisquear un extraño olor proveniente de un callejón.

El pozo es tan profundo que la cuerda parece ser insuficiente para llegar hasta el agua. Jay tiene prácticamente que introducir medio cuerpo, y así lograr mayor alcance. Carlos teme que se caiga por su culpa, así que lo sujeta con fuerza. Siente que poco a poco se le resbala.

—Ya... casi... — jadea Jay, haciendo un esfuerzo, pero Carlos debilita su agarre. Jay ya no puede incorporarse por su cuenta—. ¡No me sueltes!— grita con pánico—. ¡Súbeme, súbeme!

—¡Jay!

Las manos enguantadas de Carlos no pueden luchar más contra la gravedad, y el cuero de la chaqueta de Jay se le resbala de las manos sin más. Sin fricción alguna que logren pararlo, el pequeño De Vil sólo atina a cerrar los ojos mientras el grito de Jay resuena en sus oídos.

Espera escuchar el golpe de la caída, pero no sucede.

Abre un ojo, con miedo, y Jay ya no está. Lleva una mano a su cabeza, y se asoma al enorme agujero. Está oscuro, claro, y no puede ver nada.

Quizás el agua pudo amortiguar la caída...

—¡Jay!— grita su nombre con miedo—. ¿Sigues vivo?

Carlos se sobresalta cuando una mano cae sobre su hombro. El olor a piel sintética, el inusual roce de peluche en su cuello y mejillas... Abre los ojos con pánico, y da media vuelta, asustado.

—M-mamá.

Carlos desvía la mirada a la derecha. No sabe si sentir alivio o preocupación cuando ve a Jay, sano y salvo, mirándolo con cara de pocos amigos. Tras él está Jafar, la vara de la serpiente en su mano y un ridículo turbante en su cabeza que eliminaba todo rastro de intimidación.

—Carlitos— Cruella da un apretón al hombro de su hijo, y sonríe como loca. El chico pasa saliva con dificultad. Lo envuelve en un abrazo asfixiante—, finge conmigo, hijo mío.

Lo último lo dice en un susurro tan bajo que sólo Carlos escucha. Al separarse, estira un brazo hacia Jafar, y antes de que ambos jóvenes puedan reclamar, son rápidamente transportados a las afueras de Camelot.

Chico lo ve todo, y cuando se queda sólo, sale corriendo. Debe informar a los otros.

—¡¿Qué demonios, papá?!— gruñe Jay. Jafar alza una ceja.

—¿Esa es la forma de dirigirte a tu padre, Jay?

El chico de cabello largo tiene que morderse la lengua para no responderle con un insulto. Mira a su alrededor, no reconoce aquel lugar.

—Maléfica nos permitió traerlos, y hacer que se unan a nosotros por las buenas— les dice Cruella. Usa un suave silbido para llamar a sus perros mutados con magia.

—¡No era su elección, yo no quería venir aquí!— grita Jay, furioso, mirando a su padre con odio.

No, ese hombre no es su padre. Es un villano sin sentimientos, que sólo fue por él para usarlo a su beneficio.

A N A R C H Y ¦ Descendientes (CHAOS #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora