Loca

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Felicia suspiró con la vista clavada en los extensos jardines del palacio, desde el balcón de su recamara la vista era estupenda, sin embargo más que el verde de los árboles y el césped lo que más le gustaba era ver a una de sus hijas con su abuelo paseando y disfrutando de la hermosa tarde.

El día les había regalado un sol brillante pero una suave brisa fresca evitaba que se sintiera el atroz calor del sol. 

Ella sonrió complacida de felicidad, su hija tenía unos quince años y caminaba de la mano con su abuelo. La mujer observó a su padre detenidamente desde la altura, ella y él se parecían en muchos aspectos pero al encontrarse a si misma un par de cabellos blancos últimamente estaba rogando haber obtenido de parte de él la capacidad de mantener su cabello negro, puro y liso. Pues el hombre, mayor de cincuenta, pese a su edad casi no presentaba canas en su pelo, no como su madre. La reina Asteria se hacía tratamientos con diversas esencias y hasta había conseguido unos colorantes para ocultar las canas y mantener su rubio. Bueno, en realidad la ex reina Asteria, ya que hacía unos cuantos años sus padres le cedieron el trono en vida a ella y a Cornelio, porque querían verla coronada reina y preferían disfrutar de sus nietos sin obligaciones, lo cual Simón hacía mil veces más que Asteria, el hombre dedicaba su vida más que nada a la menor de sus nietas, la pequeña traviesa de siete años que daba vuelta todo en el castillo.

La mujer frunció el ceño recordando su propia infancia, ahora que ella misma tenía hijos y era una mujer adulta el pensar en esto le generaba muchas interrogantes. Era común que las personas al contar anécdotas de su vida incluyeran las de su infancia. Más de una vez, después de regresar con su familia, ella misma lo había hecho con tanta naturalidad que las expresiones de disgusto de sus padres la obligaron a estar más atenta y no mencionar aquellas cosas en frente de ellos. 

Cuando no pensaba en el hecho de que había sido secuestrada y el inmenso dolor que esto le ocasionó a sus padres, la actual reina pensaba en su infancia con alegría y ella misma se reía de muchas cosas. Como una vez que su madrina había estado limpiando el piso y ella pasó corriendo, se resbaló con el agua a tal punto que se golpeó con un mueble y las cosas que estaban sobre este se cayeron. Recordaba perfectamente el ataque de risa de la mujer que la crío, fue tan grande que llegó a caer de rodillas en el suelo mojado mientras se agarraba el estomago.

No había sido una risa cruel, sino una real, de esas que salen de lo más profundo del alma, tan contagiosas que llevan a reír a cualquiera que las escuche. Así al menos recordaba su risa, por lo menos la risa real ya que ella tendía a dar carcajadas sin gracia frente a algunas situaciones. Pero la mujer que reía cruel y sin gracia la conoció en su último día en el castillo, omitiendo ese detalle ella tenía el recuerdo de la risa más bonita del mundo.

Le costaba mucho relacionar a esa mujer con la loca que no la quería dejar ser libre. Felicia apretó fuerte los ojos, podía evocar en su memoria los gritos, la mirada desenfocada, la desesperación que esa mujer sentía cuando ella le dijo que no quería seguir atrapada allí con ella. 

La reina suspiró, no entendía muchas cosas de su vida pero su infancia era la interrogante más grande de todas. No podía relacionar a la mujer que la abrazó cuando tuvo miedo en las noches y a la bruja que no sintió el más mínimo interés en curar la herida de Cornelio, ocasionada por las espinas que cubrían el castillo.

Un beso en su mejilla y unas manos en su cintura la distrajeron de sus pensamientos.

-Hola amor.- Felicia pegó su espalda al pecho de su marido y le acarició una mejilla.

-Hola...

-¿En qué pensabas? Te veías muy distraída. 

Felicia suspiró.-En mi infancia.

Todas las Hadas del Reino: Vida ancestral  (Serie de one-shots)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora