Besos robados

196 20 16
                                    


Las pesadillas eran frecuentes. Prácticamente todas las noches. Pese a ser pesadillas a veces algunas eran insignificantes, pequeños gemidos o lamentos lo despertaban a mitad de la noche y con una simple caricia, acercamiento o susurro, se calmaban. Otras eran un poco más fuertes, le costaba calmarla y poco a poco Camelia se dejaba caer en un buen sueño.

Sin embargo, había otras pesadillas que eran terribles. Las lágrimas y horribles lamentos salían de ella, acompañados de fuertes sollozos. Era en esa clase de pesadillas en las que no había palabra o caricia externa que la consolara.

Entonces, solo entonces, recorría a usar su última carta y se internaba en su sueño. La gran mayoría de las veces era un escenario horrible de fuego consumiendo a su amiga, los gritos de dolor y agonía no escapaban de sus oídos. Verla consumida en llamas lo destrozaba por dentro, solo lo consolaba saber que esto era un sueño y no era real. Aunque en algún momento lo fue...

Sin miedo al fuego siempre extendía su mano y la sacaba de las brazas. Muchas veces ella aun seguía en shock y lloraba y gemía de miedo.

Era difícil calmarla. Si no eran todas, entonces la gran mayoría de las veces terminaban con él besándola. Había ocasiones en que ella no reaccionaba y solo se quedaba quieta mientras él la besaba. Otras veces era rápidamente correspondido. No es como si se aprovechara de las pesadillas de la chica para poder besarla, admitía que le encantaba hacerlo, pero no, no se aprovecharía de eso.

Amaba a Camelia y solo esperaba que ella lo amara o que llegara a amarlo tanto como él a ella. No estaba claro entre ellos qué es lo que eran. Cedreric lo había dicho; vivían juntos, cazaban juntos, pero no eran una pareja en toda la regla de la palabra. Entonces si no eran pareja ¿Qué eran? ¿Amigos? ¿Compañeros?

No importaba, no ahora, tenían la eternidad para acláralo. Y por ahora podía sobrevivir con los besos robados durante los sueños, o las caricias juguetonas en el día, o a veces, muy pocas de hecho, pequeñas y breves lamidas en el hocico durante el día.

Más allá de eso, Ren descubrió que con lo ocurrido un nuevo miedo, y uno muy poderoso, se había desatado en su amiga. El miedo al fuego. Le aterraba, por eso aparecía tan frecuentemente en sus sueños. Aunque no era el único.

Otras de esas poderosas pesadillas constaban de ella siendo rodeada por un pueblo muy enojado, que llevaba antorchas y la apuntaban con tridentes, la perseguían y la acorralaban. Muchas veces la pesadilla se detenía allí, y ella despertaba enseguida jadeando y él rápidamente se apresuraba a consolarla. Pero otras veces el sueño avanzaba hasta un punto en el que los aldeanos la encarcelaban, la ataban y la lastimaban colocándole los horribles zapatos de hierro, o haciéndole cortes.

A veces no estaba solo ella, algunas veces también la acompañaba un Ren imaginario al que también encarcelaban por mentir y ayudarla.

Con esto Ren dedujo, que su otro miedo era la verdad. Tenía miedo a que la verdad se descubriera, a que la persiguieran y la hicieran pagar, no solo a ella sino también a quienes la rodeaban.

En otras pesadillas, pero estas no tan frecuentes como el resto, Camelia se encontraba herida, tanto física como emocionalmente, arrodillada en el suelo, llorando y sollozando. Entonces aparecía Felicia y en lugar de ayudarla solo la miraba con desprecio y la dejaba sufrir. En algunas ocasiones también estaban sus otros ahijados, todos la veían llorar, gritar, padecer y lamentarse pero no hacían nada.

Él mismo había sido incluido en muchos escenarios de sus sueños. Ella sufriendo ya fuera por dolor físico, emocional o ambos, pero el Ren de las pesadillas era parte de la multitud que la odiaba y despreciaba.

Todas las Hadas del Reino: Vida ancestral  (Serie de one-shots)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora