Apoyo incondicional (2° parte)

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Sabía que para ella sería difícil, para ambos de hecho. No le gustaba verla sufrir, las cosas se resolverían, él lo sabía, pero eso sería en un futuro. Por ahora ambos debían acostumbrarse a esta nueva forma de vivir.

En cuanto vio la maleza moverse varios sentimientos lo recorrieron. Uno de ellos fue miedo, preparándolo para un posible ataque ¿Por qué? No lo sabía, era un instinto de su parte animal, estar siempre alerta. Otro de ellos fue felicidad, por al fin verla sana y salva; el otro fue nerviosismo.

Cuando por fin la vio aparecer lo primero que cruzo su mente fue que se veía hermosa, realmente hermosa. De cualquier forma ella se veía esplendida y tenía la increíble capacidad de alborotarlo.

No se movía, estaba nerviosa, se dio cuenta. Indecisa incluso, cómo culparla, había sido un día largo. En la última conversación que tuvieron habían discutido por la muerte de Azalea y la última vez que la vio ella tenía unos zapatos de cobre y se había desmayado. Estaba seguro que la última imagen que tenia de él era una visión borrosa, caminando a ella mientras estaba tendida en el suelo, su último pensamiento debió de haber sido la traición.

Si fuera por Simón la habría apuñalado en cuanto la vio, pero él no lo permitió. Él la cargo en sus brazos hasta uno de los caballos, no había dejado que ni Simón ni ninguno de sus soldados se acercasen a ella.

Pese a tener los zapatos de cobre, decidieron esposarla para el trayecto hasta el palacio. Tampoco dejó que se le acercaran a eso, las esposas las coloco él con toda la delicadeza que pudo. Pese a los años se seguía viendo inmortalmente hermosa.

Al llegar al palacio Asteria quiso abalanzarse sobre ella y matarla pero tampoco lo permitió. No permitiría que le hicieran daño.

Él mismo se introdujo en el castillo hasta los calabozos y la deposito con la extrema suavidad que pudo reunir, en uno de los camastros. Ese lugar era horrible pero solo serian unos días y estaría perfectamente bien, tomo una de las desgastadas mantas y la tapó, dejo un beso en su frente antes de irse; no sin antes echarle una mirada al gato en la puerta de la celda de enfrente, con los ojos le reitero lo que ya le había dicho muchas veces; Cuídala, que no le toquen ni un pelo los guardias. Camelia era muy hermosa y no quería imaginar lo que podrían hacerle los guardias estando ella indefensa emocional y físicamente.

Esa fue la última vez que la vio hasta el día de la hoguera, sin embargo no por eso no recibía noticias de ella. El gato con botas le pasaba "informes" del hada todos los días, tranquilizándolo de su histeria para asegurarle que todo estaría bien.

En el último día de espera debió admitir que fue realmente difícil deshacerse de su cola, a la que amaba tanto. Pero más amaba a Camelia y haría lo que sea por ella, despedirse de la cola de zorro no sería tan difícil como seria despedirse de Camelia.

En cuanto vio al Gato le entrego el paquete, sabía que el hada sabría qué hacer con ella, no le quedaban dudas que era muy inteligente e ingeniosa. Sin embargo por las dudas le pidió al Gato que le dijera si hacía falta, no dudaba de la capacidad de deducción de la chica pero con tantos sentimientos abrumadores que debía de tener prefirió asegurarse que llegado el momento sabría qué hacer.

Esperar en el bosque mientras la quema transcurría a kilómetros de distancia fue realmente horrible, los peores sentimientos daban vueltas en su interior formando un tornado de angustia.

Para matar el tiempo cazó un par de animales listo para cuando su amiga llegara. Verla tan triste y nerviosa era horrible, solo quería tener a su Camelia de vuelta. Para mejorar los ánimos entre ellos le hizo un par de bromas para hacerla sonreír, se sintió realmente bien cuando por fin la vio reír. Pero mejor se sintió cuando ella no le rechazo el "beso", sino que le sonrió de vuelta.

Todas las Hadas del Reino: Vida ancestral  (Serie de one-shots)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora