9. La noticia

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Lucas Sants.

Una mañana más de tantas en las que prefiero no existir.

Eso es lo que pienso al hacer el zumo de naranja de mi madre.

Hoy es mi primer día en el segundo curso de la carrera y mi madre puede estallar mentalmente o parecer un fantasma merodeando por casa que no se va a acordar. Como todos los días, básicamente. Da igual qué día sea porque las emociones de mi madre siempre serán un misterio diario.

Amanece un día de octubre caluroso en el que tengo que ponerme un uniforme oscuro para la prestigiosa Universidad Privada "Las infantas". La verdad es que no tengo suficiente dinero para permitirme estudiar una carrera y mucho menos en una privada, pero en forma de consuelo por el abandono que he sufrido por su parte de mi padre durante casi toda mi vida, él me paga la carrea. Se piensa que así arreglará nuestra relación, pero no hay relación padre-hijo que él y yo podamos mantener ni en mil vidas.

Mi dichoso padre, Lucas Sants.

Mi padre y yo nos llamamos por igual, Lucas Sants. Una idea fantástica que se le ocurrió a mi madre al pensar que las dos personas que más amaba en este mundo debían llamarse por igual, pero lo que no pensó es que uno de los dos la iba a abandonar en un futuro y el otro sería el vivo recuerdo de su abandono. Adivinen quién es ese otro.

De repente, escucho las sigilosas pisadas de mi madre por el pasillo en dirección a la cocina.

—Buenos días, madre —la sorprendo mirando todo su entorno con desconcierto—. Te he preparado zumo y comprado estos dulces. Hoy es un día especial —anuncio con amabilidad.

Mi madre, aún desconcertada con las paredes, me pregunta en voz baja.

—¿Qué día es hoy?

—Mi primer día en la universidad, madre, ¿no recuerdas? Es uno de octubre —le recuerdo con entusiasmo.

Mi madre solo capta la palabra "uno" y no para de susurrarla mirando las paredes con el mismo desconcierto de antes. La dejo a su aire. Hoy está en esos días que parece un fantasma. Dentro de lo que cabe, en los días buenos.

Me vuelto para preparar un zumo de naranja natural y desayunar solamente eso. Cuando termino de exprimir la naranja, coloco el líquido exprimido en el vaso y me vuelvo hacia la barra de comer, lugar en el que encuentro a mi madre subida, toqueteando la pared y susurrando el número "uno" sucesivamente.

—¡Madre, baje de la barra, se va a caer! —poso el vaso sobre la encimera y me dirijo a ella con rapidez tratando de cogerla.

La subo sobre mis hombros de modo que ella queda en horizontal mirando el suelo y al darme la vuelta, escucho un vaso romperse.

Joder, mi zumo.

Reposo a mi madre sobre la silla de la barra y le pongo un dulce sobre las manos.

—Come mientras yo recojo los cristales. ¡No te muevas, por favor! —le suplico.

Ella, obediente, come el dulce de frambuesa que le he comprado y yo, aireado, recojo los cristales del suelo. Mientras voy depositando los cristales en el recogedor con la escoba, me doy cuenta de la hora que es y recojo con velocidad los restos para tirarlos en la basura.

—Madre, la tía Patricia vendrá en unos minutos —observo el reloj avanzar los pocos minutos que me quedan para coger el transporte público—. Por favor, quédate aquí sentada comiendo esos dulces. Ella no tardará en venir, ¿vale?

Mi madre asiente y engulle otro trozo del dulce.

 —Muy bien. Adiós, madre —abro la puerta y antes de cruzarla, escucho mi nombre sobre los labios de mi madre.

SIN SANGRE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora