10. Mundo Distinto

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Katherine Collins-Wood.

El día amanece sobre mi rostro dormido, dejando  leves rayos de luz sobre mis ojos y obligándolos a despertar.

Amanezco en una habitación totalmente desconocida, llena de estanterías con libros, cajas de mudanza, con paredes pulcras y ventanales enormes. Al situarme en el sitio en el que me encuentro, no logro recordar lo que ha pasado como para amanecer en esta habitación totalmente desconocida.

Ah, claro. La Prueba del Fulgor.

Me levanto de la cama un tanto alterada, recorriendo la habitación de lado a lado, mirando cada rincón que esconde hasta que me doy cuenta de que por fin estoy en el mundo de los distintos. No de la mejor forma, pero aquí estoy.

Con rapidez, corro hacia el ventanal y observo el Mundo Distinto a través de mis ojos. Visualizo una calle enorme con un parque enfrente llena de mini distintos con mochila y agarrados a otros distintos. También puedo ver animales y muchos automóviles conduciendo por la carretera.

No es tan distinto al Mundo Luminoso, pero este mundo desprende algo distinto...

Sencillez.

Un poco más relajada al familiarizarme con el entorno, recojo un bolso negro del escritorio y salgo de mi habitación para descubrir más del exterior.

Al final del pasillo, hallo una cocina pequeña y humilde. En ella me percato da la presencia de una distinta con una vestimenta un tanto extraña y colorida, y sobre sus manos, una taza con bebida caliente.

—Buenos días, compañera de piso —me saluda una chica de pelo castaño y ojos oscuros—.  ¿Qué tal tu primera noche en tu nueva cama?

Observo sus facciones y la manera en la que me habla.

No sé por qué pero no paro de buscar similitudes entre los vampiros y los distintos.

—¿Hola? ¿hablo con Katherine Collins?— me reclama danzando su mano de arriba a abajo.

—Perdón, sí... Soy Katherine. Katherine Collins-Wood —arrugo mi frente—. Tú eres mi compañera de piso, ¿verdad? —trato de adivinar.

— Sí, así es. Bueno, más bien soy tu inquilina, pero no pasa nada, somos compañeras de piso al fin y al cabo porque vivimos juntas, ¿no? —suelta una risotada.

Sonrío forzadamente y me siento en la silla mirando el llamativo olor azul de la mesa. A su vez, observo cómo todos los armarios de la cocinas se ven pintadas del mismo color, incluso, algunos armarios están adornados con flores blancas.

—¿A que me quedó precioso? Este es mi hobbie, pintar muebles a mi gusto —La miro sorprendida—.  Tranquila, si tú no quieres, no pintaré el armario de tu habitación —bromea riéndose de nuevo.

La verdad es que me está costando pillar el humor de los distintos.

Pasan unos minutos y aún me quedo sentada en la silla mirando a la nada, pensando en cuál será mi siguiente paso para llegar a él.

—¿No vas a desayunar? Tienes que ir a la universidad de los ricos —me recuerda sorbiendo un poco de su taza.

Es verdad, me he quedado sentada en esta silla un par de minutos con la costumbre de esperar el desayuno preparado por mi querida Josephine, pero aquí no hay ninguna Josephine que pueda brindarme unos deliciosos serfogs.

—Es verdad, tengo que ir al liceo... —balbuceo cogiendo mi bolso negro.

—¿Liceo? Pero, ¿de qué siglo te has escapado tú? —pregunta a carcajadas.

SIN SANGRE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora