14. Profundidad

212 55 9
                                    

A lo largo del trayecto hacia a un paradero desconocido del que Conde no me ha querido detallar nada, he tenido una balanza sobre mi cabeza en donde me preguntaba por qué diantres estaba en ese transporte público junto con mi compañero de clase que apenas conocía, pero a su vez, esta paranoia compensaba la intriga por saber qué era lo que tanto destacaba a Conde, esa peculiaridad que todo el mundo sabía y que él no ha querido contarme... La curiosidad me invadió por dentro y me lanzó a venir con él.

Ya me arrepentiré de eso.

Tras varios kilómetros, por fin nos acercamos al lugar donde Conde me desvelará el secreto tan suyo, pero a la vez, de todos los de la ciudad.

De pronto, nos encontramos en un pueblo bastante humilde comparado con la ciudad, llena de casas con terrenos y callejuelas con coches aparcados.

De un momento a otro, Conde me coge las manos alborotadamente, un gesto que me deja perpleja, y me susurra al oído:

—Para hacer más interesante la tarde, te voy a tapar los ojos con mi sudadera —me informa con su sonrisa pícara. Sin saber por qué, sólo asiento como una estúpida, como si me persuadiera, y él prosigue a taparme la vista con su sudadera, haciendo un nudo suficientemente fuerte para que no se me caiga y descubra lo que hay en el exterior.

Voy a parecer una psicópata, pero su sudadera tiene un olor tan singular, una mezcla dulzona, pero fuerte...

Embriagada por su perfume, Conde me coge la mano con fuerza, tal y como hizo aquella vez en la fiesta de bienvenida, aferrándose a mí para que no me escape, para guiarme por las callejuelas y llevarme a aquel lugar desconocido.

Después de unos minutos, Conde me obliga a movilizar las piernas para subir por unos escalones. Finalmente, parece que llegamos, pero su voz melosa susurra a mi oído como de costumbre:

—Espérate un segundo —me pide con tranquilidad.

Logro escuchar cómo el cerrojo de una puerta se abre y se cierra a su vez.

Es todo muy siniestro y demasiado misterioso a la vez. Me estoy arrepintiendo de haber venido. Apenas nos conocemos y me he guiado por él ciegamente, sin saber a dónde.

Quizás no debería alarmarme tan deprisa, al fin y al cabo, soy una vampira, en el peor de los casos, hinco mis colmillos en su cuello indebidamente y estoy salvada.

No, no. Eso no está bien. No puedo ir vaciando la sangre de los distintos como si nada, no soy una zu-krovi. Esos no son tus principios, Katherine.

Bueno, podría defenderme con otras de mis habilidades. Podría camuflarme y ser otro distinto, podría correr a toda velocidad sin que me vea el pelo, o algo más poderoso...

Voy a ver que está haciendo.

Usando la habilidad para leer la mente, rebusco con dificultad su cerebro, sus pensamientos; sin embargo, no tengo éxito. No consigo conectarme a él, no sé si es por la distancia o porque lo estaré haciendo mal, ya que sólo he usado esta habilidad con Marcos, con ningún otro distinto... Hay algo que me lo impide.

Ahora si que estoy teniendo miedo.

Sin tiempo para huir, percibo cómo la puerta se abre de nuevo y una mano me agarra para adentrarme a ese lugar.

—Eres Conde, ¿no? —pregunto vacilante y con temor.

—Claro que soy yo —confirma a risas.

Un poco más relajada, avanzamos unos metros más y él abre otra puerta para meterme dentro. En seguida, me quita el nudo de la sudadera y con apuro, consigo acostumbrarme a la luz. Vislumbro poco a poco una habitación diminuta, con una cama matrimonial, diversas estanterías y curiosamente, la pared se encuentra adornada por muchísimas fotos, sin desvelar el color que hay detrás de aquellas imágenes.

SIN SANGRE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora