18. Mortalidad

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Mi familia y yo amanecemos sobre las calles de algún lugar del Mundo Distinto, desterrados y sin saber a dónde ir. Nos hallamos en el abismo sin saber qué hacer, cómo actuar y qué paso dar, pues nos hemos desplazado al mundo de los distintos sin tener nada en nuestras manos.

Lo único que tenemos somos nosotros mismos.

La gravedad de la situación en la que nos encontramos es afrontar la realidad, que es la mortalidad, es decir, ahora que se nos ha desterrado del Mundo Luminoso, ya no poseemos los poderes vampíricos que se nos otorgan, ni tampoco podemos hacer uso de nuestros colmillos para mantener nuestras vidas. Todo eso se nos ha prohibido y arrebatado en un par de horas.

Ahora estamos solos y somos mortales.

Nuestras vidas han cambiado trágicamente.

Ya no estaremos en nuestra mansión, con nuestra querida doña Josephine y su cariño continuo, o la amabilidad de nuestro chófer Charles con su blanquecina barba. Keith y yo tampoco podremos asistir más al liceo, lugar en el que nos encontramos con nuestros amigos.

Mis amigas... Valerie y Gaby. Ahora no sé si se decir amiga, en singular, ya que Valerie me ha fallado sin dudar un solo segundo en la ceremonia de mi juicio.

Deambulando por la ciudad, tratando de encontrar una solución, hallamos la poca presencia de los humanos caminando por las calles con decisión, mientras, nosotros nos sentamos sobre un banco de una pequeña plaza, sin saber cómo continuar ni qué hacer, sin decisión ni destino al que ir.

El silencio se mezcla entre nosotros, sin palabras que decir ni quejas que manifestar, hasta que a mi hermano Keith le entra el arrebato de dar una patada a la pata del banco.

—¡Por los colmillos de Drácula, Katherine! ¡Esto es por tu culpa! —grita con furia mi pelirrojo mellizo—. ¿Y ahora qué hacemos? ¿Has pensado en eso antes de decidir que no ibas a cumplir la misión? No, ¿verdad? —me reprocha.

Su exaltación me pilla por sorpresa y no sé cómo actuar, sólo vacilo en responderle, hasta que mi madre se me adelanta.

—Keith, tranquilo. Todo saldrá bien... —intenta calmarle mi madre.

Mi hermano se ríe sarcásticamente.

—¿Todo bien? ¿Segura? Porque ahora estamos en un mundo que no conocemos y no tenemos a dónde ir —pregunta con ira—. Y todo por la culpa de tu hija.

Keith me señala con el dedo de forma acusativa.

Esta faceta de Keith jamás la había visto antes y me estoy asustando del tremendo cambio que mi hermano está experimentando. Este no es él.

—Keith, yo sólo seguí lo que creía que era correcto, perdón... —me disculpo afligida.

Es verdad, la razón por la que estamos aquí soy yo y tengo que asumir la culpa de sellar nuestra sentencia: la mortalidad.

—Ahora me vienes con disculpas, pero no me valen, Katherine. Tenías que haberlo pensado antes —me acusa—. A partir de ahora seremos simples y asquerosos mortales como aquel hombre de allí —señala a un señor con una boina roja—, estaremos a la altura de los distintos y conviviendo con ellos, una pesadilla hecha realidad.

Abro mi boca para replicar su negatividad, sin embargo, mi padre decide intervenir con severidad.

—Te recuerdo, Keith, que la culpa no pesa sólo sobre el hombro de tu hermana, sino el tuyo también. Tú también has cometido un delito a ojos de los dos más grandes.

Las palabras de mi padre sientan como cuchillos clavados en el pecho a mi hermano y puedo notarlo a través de sus ojos heridos.

—Tampoco puedes echarme eso en cara cuando por tu culpa estamos aquí permanentemente y no de forma temporal. Nuestro castigo iba a ser temporal y por no seguir la fe de los dos más grandes, estamos aquí de por vida —le recuerda con solemnidad.

SIN SANGRE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora