31. Alimentar a la catástrofe

136 35 8
                                    

Las maliciosas palabras del sacerdote Sir Dorian hicieron que mi corazón se volcara al momento de darme cuenta de que tenía que elegir entre mi alma gemela y al chico del que estoy enamorada.

Tras finalizar la reunión en el Castillo Luminoso del Padre Drácula, una fuerte agitación se apoderó de nuevo de mi cuerpo, haciéndome abandonar el Mundo Luminoso para cumplir el con el trato.

Cuando todo mi cuerpo se sacudió dejando que toda mi mente se quedara en blanco, supe que mi vida se había vuelto en un caos y que mi decisión sólo alimentaría la catástrofe.

En cuestión de segundos aparecí en el exterior de la cafetería, el sitio de retorno. Sin embargo, esta vez estoy sola, sin la presencia de la luminosidad de Mila, la presunta Úrsula; una encapuchada lumínica que tenía como misión vigilarme y guardar la paciencia para luego hacerme regresar al Mundo Luminoso y así pactar con Sir Dorian.

Lo tenían todo planeado. Sabían desde un principio que iba acudir a ellos porque necesitaría ayuda.

Un poco aturdida por todo lo ocurrido y con la cabeza embotada, me encamino a paso lento hacia mi edificio con la esperanza de estar a solas y poder aclarar las ideas, pero al subir las escaleras y escuchar la resonante risa de Adela hizo que mis esperanzas se desmoronaran como las piezas de un dominó.

Abro la puerta y pretendo aparentar un semblante sereno, sin embargo, al ver a mi mellizo Keith reír junto a nuestra amiga y nuestros padres, hizo que mi corazón se rompiera en pedazos.

Todos me miraron una vez que abrí la puerta y en un principio, parecieron calmados ante mi actitud, pues hasta hace una hora había salido corriendo del apartamento con toda la furia que podía aguantar sobre mis hombros, pero la sonrisa de Keith hizo que desplomara al instante.

Me tapo los ojos y empiezo a sollozar desconsoladamente, allí, de pie, delante de la puerta y enfrente de todos. Nadie supo cómo reaccionar excepto mi hermano, quien se levantó con ligereza y se acercó hacia mí con todo el cariño del mundo. Rodea los brazos sobre mi cuerpo y comienzo a esconderme sobre su pecho, aun sollozando sin parar.

En este justo momento comprendí que jamás podría acabar con la vida de mi alma gemela.

Keith acaricia mi pelo con el desespero de poder tranquilizarme.

—Tranquila. Todo está bien. Mamá estará bien. Todos estamos bien —procura calmarme—. Mientras estemos juntos, todo irá bien.

Su última frase sólo fue la gota que colmó el vaso, pues mi sollozo se convirtió en un sonido estridente, casi aterrador. Al momento, varios brazos me rodearon y me calentaron en una burbuja llena de cariño y apoyo. El cálido abrazo hizo que mis lágrimas se fueran apagando gradualmente, cuando mi corazón se abrigaba y mi mente se despejaba.

Poco a poco, todos se fueron despegando de mí con expresiones preocupadas.

—Gracias —agradecí en un susurro apenas audible.

Mi madre depositó un suave beso sobre mi frente y enseguida recibí otro beso en la coronilla de parte de mi padre.

—Por ahora estamos bien y eso es lo importante —trata de calmar mi madre.

Sin poder evitarlo, otras lágrimas brotaron de mis ojos, pero de una forma más tranquila. Fruncí los labios, llenos de amargura y exploté.

—No, no estamos bien —contradigo aireada.

Mi padre enarca la ceja y mi hermano me mira incrédulo.

—Sí, sí que lo estamos. Mamá se acaba de tomar una medicina y por ahora...

SIN SANGRE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora