27. El día del río

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—Tengo una carta para ti.

Me dijo mi madre en medio del pasillo. En aquel mismo instante me extrañé por ello.

¿Por qué me iban a hacer a mí una carta? ¿Por qué razón?

Mi madre sólo hizo una breve pausa entre esa frase y el remitente de la carta, pero en esos pocos segundos pensé de todo. Pensé que podría ser una carta de Val desde el Mundo Luminoso, pero descarté esa idea al momento. También imaginé que podría ser Gaby por la sonrisa de mi madre, algo que no descarté por completo. A su vez pensé que serían Josephine y Charles preguntando por nosotros. No sé, pudo haber infinidades de posibilidades, pero la persona que finalmente me lo escribió fue de la que menos me esperaba: Lucas Conde.

—Tienes que irte —me recuerda mi hermano sentado desde el sofá—. No vaya a ser que lo pierdas.

Keith me guiña un ojo y Adela se ríe, imitándolo a su vez. Pongo los ojos en blanco.  Mientras, mi madre me demuestra una sonrisa amable que me anima a salir de allí. Abro la puerta para bajar las escaleras del edificio y encontrarme con él.

Al salir, un aire caliente asoma por mis mejillas pálidas.

¡Qué calor hace hoy! No me había dado ni cuenta después de todo el alboroto que he presenciado hoy entre Marcos, Vera y Keith.

Me acerco hacia la sombra para no dejar que los rayos de sol sucumban mi débil piel para así esperar a Lucas.

¿Por qué Lucas quiere verme esta tarde?

Estos días nos hemos visto bastante poco. Tampoco se ha molestado en hablarme tendido cuando iba a su casa ni me daba rienda suelta a que volviese a verles.

No entiendo, ¿qué querrá?

Sigo esperando de pie y apoyada sobre el tronco de un árbol, ansiosa porque Lucas aparezca de una vez. Durante estos minutos se me han pasado miles de excusas para no seguir estando aquí porque seguramente la ilusión que brilla en mi interior se apagará con la simple brisa del viento al apagar la simple llama.

¿Vendrá?

Sacudo la cabeza. Rendida hasta los pies y arrepentida, me doy media vuelta para dirigirme al portal de mi edificio hasta que de repente un vientecillo hace revolar la parte baja de mi oscuro vestido. A su vez, un claxon de coche retumba en mis oídos.

—¿Pensabas dejarme tirado? —pregunta Conde.

Me viro siguiendo su voz y lo encuentro sentado sobre el asiento de un coche y apoyando sus brazos sobre el volante.

Sonrío tímidamente.

—Sólo un poco —admito con sinceridad.

Me aproximo hacia la ventana del coche verde oscuro y asomo mi cabeza hacia el interior para poder verle con más claridad.

—¿Tanto transporte público para que al final tengas un coche con color de los pistachos? —pregunto un tanto burlona.

Él sonríe pícaramente.

—No es mío, es de mi tía Patricia —Su declaración hace que me sonroje, arrepentida por mis palabras—. Anda, entra que nos vamos.

Asiento con la cabeza aún con las mejillas coloradas y lo obedezco.

Me subo al coche mientras que él me dirige una sonrisa sacudiendo su cabeza y arranca el motor para alejarnos de mi hogar hacia un lugar que desconozco.

—¿No te preguntas varias cosas? —cuestiona él aún con un gesto pícaro sobre su esculpido rostro.

Lo miro divertida.

SIN SANGRE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora