24. Siempre te cuidaré

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Lucas Conde

Llevo setenta y dos días sin hablarle. Setenta y dos días desde que escribí aquella estúpida carta para alejarla de mí.

Tantos días sin poder escuchar su voz y sin verla han sido como arrebatarme un sentido.

Perdí el oído para saborear sus palabras, el tacto para sentir su transparente piel, la vista que me cautiva con su belleza, el olfato para captar su esencia y el gusto por tenerla.

La perdí y todo por una carta.

Cuando escribí aquellas palabras lo hice con resentimiento, con dolor, pero una parte de mí pensó que ella no se rendiría, que vendría a por mí para demostrarme lo mucho que le importo.

Mis deseos fueron en vano. Fue a por Marcos. No a por mí.

Después de varias horas de clase, suena el timbre y me dispongo a salir de la universidad para hacer lo mismo que todos los días: cuidar a mi madre, mantener la casa y, si tengo tiempo, dedicarme un poco a los estudios.

Al salir de clase me encuentro con sus ojos por primera vez en mucho tiempo. Ella se queda mirándome con el propósito de descifrar mi interior, pero incapaz de realizar su misión.

Me paro en seco, mirándola a lo lejos, sin saber cómo reaccionar.

En las novelas cuentan que, cuando miras a la persona que te corta la respiración, todo tu alrededor se vuelve borroso, sólo enfocas la atención en aquella persona, sin importarte el resto. Bueno, pues ahora mismo puedo confirmar dicha teoría. La gente se choca conmigo, hablan y gritan entre ellos, pero eso no me saca de mi ensimismamiento. Su mirada, su figura, su presencia siempre me deja hipnotizado.

Katherine, te necesito.

Mi silenciosa súplica queda en mis labios, sin ser articuladas porque, de pronto, Marcos la sorprende por detrás dándole un beso en la mejilla y nuestra conexión se interrumpe.

Aparto la mirada, evitando esa escena que tanto me duele ver.

A paso acelerado me dirijo hacia la salida, sin mirar atrás.

Además de robarme a mi padre, Marcos también tuvo que robarme a la chica definitiva de mi vida.

Anteriormente he estado con muchas chicas, pero ninguna ha sido la definitiva. Sí, he tenido intimidades con algunas de ellas con la esperanza de que sea la definitiva, pero esa ilusión ilustrada por mi cabeza estaba proyectada en una mentira. Por eso, cuando estoy con una mujer en la cama, siempre hablan bien de mí. No es por fardar, pero aparte de los rumores sobre las peculiares fotos que saco y que a todo el mundo le asombra, también hablan de eso.

Hablan bien de mi porque cuando intimo con una mujer, mi objetivo es tratarla bien. Esa es la clave. Tratarla incluso mejor que a ti mismo.

—¡Conde, espera! —me gritan a mis espaldas.

Vuelto mi cuerpo para saber de quién se trata, con la esperanza de que sea ella, pero al ver la melena rubia de Vera, mi ilusión se apagó como el viento a una simple llama.

—¿Qué quieres Vera? —pregunto solemnemente.

Sus ojos muestran culpa.

—¿Puedo llevarte a casa? —pregunta sin seguridad en sus palabras—. Quiero hablar contigo, por favor.

Enarco una ceja.

—No me voy a montar en tu coche sabiendo que luego me vas a dejar tirado en cualquier sitio.

Vera suspira y empieza a mover su cuerpo con nerviosismo.

—Te prometo que no. Sólo quiero hablar contigo, por favor.

SIN SANGRE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora