20. Lucas

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Adela y yo volvimos al edificio en su pequeño coche. Cuando entramos al apartamento sentimos un olor entre quemado y aceitoso.

—¡Hola! —saluda mi madre un poco nerviosa, limpiando las encimeras de la cocina—. Justo llegan en el momento perfecto. Hemos hecho de comer.

Mi compañera de piso se alegra notoriamente por ello y su rostro muestra una especie de alivio, ya que la tarea de cocinar ya no es para ella. No obstante, yo estoy asustada por lo que vayamos a comer.

Mis padres nunca han cocinado.

—Hagan la mesa y ya servimos nosotros —nos dice mi padre vestido con un delantal de margaritas amarillas y las gafas llenas de vaho por el vapor.

Un poco desconcertada, obedezco a la orden de mi padre y Adela, en cambio, se muestra agradecida por el detalle de mis padres, contenta y mostrando su mejor sonrisa.

Una vez que Adela y yo coincidimos poniendo los cubiertos, le susurro.

—Adela, no estés tan contenta —le advierto mirando a mis padres por detrás.

—¿Y eso por qué? ¡Por fin no me toca a mí cocinar! —exclama con alegría.

Le hago señas mirando a mis padres y ella no entiende lo que le trato de decir.

—Ya, pero es que...

Adela me da un golpe en el hombro.

—Anda, no seas aguafiestas y sigue preparando la mesa. Seguro que estará muy rico.

Mi compañera de piso, contenta, se va hacia los armarios para coger los vasos.

—Muy bien, ¿ya está todo? —pregunta mi madre mientras revuelve lo que sea ese líquido amarillo del caldero—. Tráeme los platos, Hector, por favor.

Mi padre, obediente, le alcanza los platos y mi madre va sirviendo uno por uno los platos de ese contenido acuoso.

Todos nos sentamos en la mesa y antes de comenzar a comer, me percato de la ausencia de mi mellizo.

—¿Y Keith? —pregunto repentinamente, antes de que nadie pruebe la comida.

Mi padre resopla.

—Dando un paseo. Lleva un buen rato por ahí —me informa.

—¿Y no se va a perder? Keith no lleva ni un día en esta ciudad, se podría perder —digo preocupada.

Mi madre enarca sus pelirrojas cejas.

—Espero que no, sino, podemos llamarlo...

—¿Y cómo lo van a llamar si ustedes no usan teléfonos móviles? —cuestiona Adela con curiosidad.

Un silencio incómodo se interpone entre los cuatro.

—Con nuestras habilidades... —respondo con la mirada perdida.

De repente, mis padres mi miran enfadados.

Vaya, no me acordaba que ellos no saben que Adela lo sabe casi todo sobre nosotros y los vampiros.

—¿Qué habilidades? —indaga Adela—. ¿Te refieres a leer la mente, ser invisible, tener telequinesis y correr velozmente?

Las preguntas de Adela atropellan la mente de mis padres, incapaces de responder. En su lugar, respondo otra vez a la curiosidad de mi compañera de piso.

—Más o menos —consigo articular cabizbaja.

—¿Cómo que más o menos? ¡Qué locura! ¡Quiero saberlo todo! —se emociona mi amiga—. ¿Ustedes pueden leerme la mente en estos momentos? ¿Pueden mover esta cuchara?

SIN SANGRE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora