17. Sentencia

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Una prolongada agitación sucumbe mi cuerpo, haciéndome temblar y sudar, una agitación que me obliga a abandonar el Mundo Distinto para aparecer en el Mundo Luminoso.

Desconcertada, me hallo sentada sobre un sillón elegante y pulcro. Mareada por el traslado, trato de adivinar en donde me encuentro, pero la confusión sobre mi cabeza no me deja pensar con claridad, no me deja saber el lugar en el que me encuentro.

Después de unos pocos minutos, logro saber que me encuentro en el Castillo Luminoso del Padre Drácula. Paredes llenas de azulejos elegantes, suelos pálidos, reflejando la luminosidad y la pureza de los vampiros, muebles extravagantes...

De inmediato, me percato de la presencia de mi familia a un par de metros de mí. Sin pensarlo, corro hacia ellos hasta que comprendo que, entre nosotros, nos separa un cristal.

—¡Madre, padre! ¡Keith! ¡Por los dientes de Drácula! ¿Qué está ocurriendo? —pregunto con alteración mientras golpeo el cristal sin cesar.

Mis padres se aproximan a mí y tocan el cristal, mirando mis ojos tratando de transmitirme calma. Mientras, mi hermano Keith sigue guardando la distancia.

—Cariño, está todo bien, tranquila, estamos aquí porque... —me intenta tranquilizar mi madre hasta que Keith la interrumpe con voz cortante.

—Estamos aquí por tu culpa —informa solemnemente—. Se va a celebrar en breve una ceremonia que determinará tu futuro, Katherine.

Las palabras de mi mellizo profundizan en mi pecho como dagas venenosas que no me dejan respirar.

Entrecortadamente, escucho a mi padre.

—Katherine, no hagas caso a tu hermano —me pide—. Tú tranquila, nosotros estaremos aquí apoyándote.

Alterno mi vista velozmente entre mis padres y mi hermano sin entender del todo la situación que estoy viviendo.

—¿Un juicio? ¿Van a celebrar un juicio contra mí? —inquiero con desconcierto—. ¿Por qué?

Mi padre resopla y mi madre muestra tristeza en su pálido rostro, sin embargo, mi hermano no parece mostrar ninguna compasión al verme encerrada tras ese cristal que nos separa.

—Te van a juzgar por los delitos que has cometido en el Mundo Distinto, Katherine —informa Keith de brazos cruzados.

—¿Delitos? ¿Yo?¡Pero si no he cometido ninguno! —niego con ira.

¿De qué delitos me está hablando?

—¿Por qué no puedo tocaros? —cuestiono mirando profundamente a mi padre.

—Porque aún no se ha concluido tu misión, cariño —dice mi padre con una mezcla de tristeza y amor.

Repentinamente, suena una campana indicando la abertura de los portones blanquecinos, señal que finaliza nuestro encuentro íntimo.

—¿Se van? ¡No se pueden ir! —les suplico golpeando de nuevo el cristal—. ¡No pueden dejarme aquí sola!

Mi madre acaricia el cristal simulando que se trata de mi rostro.

—Tranquila, Kath, estaremos contigo siempre, sea cual sea tus principios, siempre te apoyaremos.

Las palabras de mi madre hacen que me dé cuenta del delito que se me va a culpar.

Mis padres sellan un beso con la mano en el cristal en señal de apoyo, y mi mellizo sigue mostrándome su cara más seria. Cuando mis padres se alejan, Keith se aproxima a mí con dureza.

—Katherine, haz lo que tengas que hacer y termina tu maldita misión. Estoy harto de ti y no pienso cargar con tus errores —sentencia mi hermano con brusquedad y se aleja de mí con rapidez para juntarse con mis padres.

SIN SANGRE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora