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Como siempre, me desperté y Shawn no estaba a mi lado.

Me di una ducha y me puse ropa cómoda, ya que aquí hace demasiado calor.

Hubo un golpe en la puerta de entrada y, con curiosidad, fui a ver quién era.

—¿Hola? —dije. Un chico con un uniforme y una carpeta estaba frente a mí.

—¡Aloha! Mi nombre es Abisai y soy del supermercado. Traigo una orden de compra para... —leyó un papel— ¿Peter Raúl Mendes? —me miró curioso.

—Sí, sí —sonreí—. Es mí... no importa, es aquí —el muchacho sonrió.

—¡Perfecto! Necesito que firmes aquí —me entregó un bolígrafo y la carpeta. Asentí y firmé.

Le devolví la carpeta y el chico fue hasta la camioneta, bajó unas bolsas con mercadería, las dejó en la puerta y se despidió.

Entre las bolsas, que por cierto estaban un poco pesadas, coloqué todo sobre la pequeña isla que había en la cocina y acomodé todo, quedándome observando al vacío.

Tenía hambre y eran las diez de la mañana. Shawn no estaba, así que decidí prepararme algo de desayunar, aunque también había pensado en cocinar algo. Revisé lo que Shawn había comprado y tenía lo suficiente para crear algo. Sonreí y comencé a hacer la masa.

En un recipiente, mezclé harina, huevo, leche y azúcar. Exprimí un limón en la mezcla y batí. Ahora lo que más me preocupaba era si había un recipiente. Busqué en los muebles y no encontré ninguno. Abrí el horno y encontré una fuente, justo lo que necesitaba para hacer lo que tenía en mente.

Con una cuchara, vertí la mezcla en el recipiente y lo dejé en el horno durante unos cuarenta y cinco minutos.

Me senté en un taburete y, sin hacer nada, me entretuve con el móvil, revisando Twitter.

Cuando estuvo listo, saqué el recipiente del horno y coloqué mi obra maestra en un plato, cubriéndolo con papel aluminio. Luego, preparé la tetera para hacerme un té.

De repente, se oyeron unas llaves y Shawn, vestido con ropa deportiva y su característica vincha, apareció en el umbral de la cocina.

—Hola —sonrió él—. ¿Cómo dormiste?

—Hola, bien —respondí sonriendo—. ¿Y tú?

—Muy bien —se acercó a mí y me dio un beso en la frente.

—Vinieron a traer mercadería —le informé.

—Genial —dijo él—. No sabes lo que me costó conseguir donuts aquí. Tuve que buscar en Google un lugar que las vendiera y casi me pierdo.

—Eres tonto —reí

—Tú me vuelves tonto —respondió él.

—Gracias por las donuts, Shawn —sonreí—, pero tengo algo para ti.

—¿No es un poco temprano para eso? —me miró pícaro.

—Eres un pervertido —le lancé una servilleta—. Te hice esto —señalé el plato cubierto con papel aluminio.

Curioso, Shawn retiró el papel aluminio y observó lo que había dentro.

—¡Me has hecho muffins! — exclamó emocionado, saltando de alegría. — ¡Gracias! —agarró uno y corrió a mi lado.

Enredó sus brazos alrededor de mi cintura y me besó en la mejilla.

— Eres la mejor —dijo, mordiendo y saboreando el muffin mientras hablaba con la boca llena—. Está delicioso. Quisiera presumirlo en las redes, pero no podré hacerlo —hizo un puchero.

— No hace falta -sonreí.

Ambos nos preparamos un té y disfrutamos de nuestros bocados.

— ¿Quieres que vayamos a recorrer?

Lo miré con preocupación.

— No lo sé, ¿y si nos reconocen? —mordí mi labio inferior.

—Iremos con discreción -respondió él.

—Shawn, mides dos metros de altura —hablé con obviedad—. ¿Quién no te reconocería?

Él se rió.

— Tampoco vamos a quedarnos encerrados aquí por tus temores, Tina. ¡Estamos en Hawaii! Tienes que disfrutar de esta maravilla porque cuando te cases, te arrepentirás de no haber venido a recorrer Hawaii conmigo.

Shawn siempre tiene la maldita razón.

—Está bien, vamos a donde tú quieras —cedí.

Él sonrió y celebró.

—Ponte guapa.




Conociéndote ~ SMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora