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—¿A dónde? —preguntó mi padre.

—A Cariló —respondí.

—¿Para qué vas allá? Siempre te vas allí —dijo él.

—Para darme un respiro —contesté.

—Está bien. ¿Irás en el auto? —asentí—. Avísame cuando llegues y por favor, ten cuidado.

—Sí, papá —lo abracé.

Sin más, fui a mi cuarto y me di una ducha. Cuando salí, preparé un bolso con ropa y algunas otras cosas. Saludé a mi papá y salí de mi casa.

Tomé las llaves del auto, me subí, le di marcha y empecé a conducir. En el trayecto del camino, paré en un supermercado y compré un poco de mercadería para sobrevivir en el chalet.

Agarré un carrito y lo empecé a arrastrar recorriendo las góndolas.

—¡Hola! ¿Eres Martina, verdad? —dijo una chica de unos diecisiete años.

—Hola, ¿cómo estás? —sonreí. Ella sonrió emocionada.

—Por Dios, ¿me puedo sacar una foto contigo? —preguntó.

—Sí, está bien —posé y ella hizo clic. Sin más, nos despedimos.

Terminé las compras correspondientes y salí del supermercado. Entré al auto, guardé las bolsas en la parte de atrás y me coloqué el cinturón.

Estaba a punto de empezar a manejar, pero mi móvil sonó.

—Shawn —dije.

—Oye Tina, perdón por ser tan intenso, pero de verdad debemos hablar —dijo él.

—Shawn, en serio me gustaría hablar contigo, pero en estos momentos no estoy con ánimos —se escuchó un resoplido.

—Está bien, te daré tu espacio —dijo—. En una semana te volveré a llamar. Es urgente, Tina.

—En una semana hablaremos —dije y corté la llamada. Bufé y seguí mi trayecto hasta aquella casa en Cariló.

Después de unas cinco horas manejando, llegué. La casa estaba llena de polvo, abandonada desde hacía semanas.

Decidí guardar la mercadería y limpiar la casa. En la noche, me hice un sándwich de milanesa de berenjena con lechuga y tomate. Si Shawn viera que estoy comiendo tomate, vomitaría.

Me serví vino en una copa y me puse a leer un libro en la sala de estar. Estos días que me quedaré aquí serán para desconectarme del mundo.

Llamé a Alice.

—¿Mar? ¿Qué ocurre, linda? —dijo ella al responder.

—Hola Alice, perdón por la hora, no sé si estabas ocupada o no en Los Ángeles, en fin. Quiero un mes de descanso, por favor. Cancela todo lo que tengas programado, no me siento bien emocionalmente.

—Tranquila, cariño, cancelaremos todo. Cuídate y recupérate.

—Gracias por entender —dije.

—No hay de qué —respondió ella, y finalizamos la llamada.

Llamé a mi padre y le dije que ya estaba en Cariló.

—Sofi —la llamé—. Me encuentro en Cariló.

—¿Y qué haces allá? —preguntó confundida.

—Vine a tomar un descanso, para desconectarme —dije.

—¿Por cuántos días? —preguntó ella.

—Un mes —mordí mi uña—. Quise avisarte que me encuentro aquí y que no usaré el móvil. Te daré mi número de línea por si pasa algo a ti, a la bebé o a papá.

—Está bien —dijo ella—. ¿No hablaste con Nicolás?

—No —mentí.

Le pasé el número de teléfono de línea y la dirección de la casa.

—Cuídate, te quiero mucho —dijo ella.

—Y yo a ti —dije.

Sin más, corté. Mordisqué otro pedazo de mi sándwich y sentí unas ganas de vomitar. Mi estómago se revolvió y corrí al baño.

Levanté la tapa del váter y vomité un fluido asqueroso.

Apreté la cadena y me levanté del suelo. Me coloqué en el lavatorio, abrí la canilla, lavé mi boca y me mojé la cara.

Creo que aquella milanesa me cayó mal.

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Conociéndote ~ SMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora