12

733 47 3
                                    

Tiffany Tara Tyler era una putilla y se sentía orgullosa de serlo. Hacía mucho tiempo que había aprendido que iba a tener que relajar su código moral de comportamiento si quería hacerse un lugar en este frío y difícil mundo. Además, no ser una mojigata le había permitido recorrer un largo camino desde el aparcamiento de caravanas de Sugar Creek... y la prueba la llevaba encima. Y nada, ni siquiera el reventón de un neumático de su oxidado Chevy Caprice del ochenta y dos, la iba a deprimir. Estaba en la cresta de la ola y se sentía bien, porque tenía el jodido convencimiento de que su vida estaba a punto de sufrir un cambio radical. Bueno, sabía que siempre iba a ser una Jezabel a ojos de su madre —había decidido que su hija estaba condenada a arder en el infierno después de que la pillara en el baño con Kenny Martin—, pero Tiffany había tomado la resolución de no volver a preocuparse jamás por lo que pudiera pensar su vieja, loca y decrépita madre. Sabía dónde residía su verdadero talento y creía de todo corazón que si se esforzaba lo suficiente, triunfaría. ¿Quién sabía? A lo mejor cuando llegara a los treinta —para los que le faltaban doce largos años— podría incluso ser millonaria, como la tal Heidi Fleiss, la madama a la que tanto admiraba porque había conseguido conocer a todas aquellas estrellas famosas del cine. Tiffany estaba convencida de que trataban a Heidi como si fuera otra estrella, y que, a lo mejor, después de acostarse con ella, hasta se la llevaban a cenar a uno de aquellos lujosos y caros restaurantes.

Tiffany recordaba el momento exacto en el que su vida experimentó la epifanía. Había mirado aquella palabra en el diccionario después de leer el artículo en la revista Mademoiselle. Estaba en el Salón de Peluquería de Suzie haciéndose una permanente que le friera el ya frito, largo y crespo pelo teñido de rubio. Para dejar de pensar en su dolorido y abrasado cuero cabelludo, había cogido la revista y empezado a leer el artículo que casi le estaba gritando: «Conoce tus bazas.» El mensaje no le podía haber resultado más transparente. Haz aquello para lo que vales, cambia lo que no te gusta de ti y utiliza tus bazas para conseguir lo que quieres. Pero, por encima de todo, ve a por ello.

Se tomó todas las palabras a pecho y, hasta ese día, allá donde iba llevaba consigo la revista robada. Siempre estaba metida en la bolsa de Vuitton también robada, junto al flamante móvil en el que había invertido doscientos del ala para poder conseguir tres meses gratis de servicio, siempre y cuando no se moviera de Estados Unidos.

A Tiffany le gustaba pensar que estaba dotada de poderes extrasensoriales, y después de leer el artículo vio con claridad que estaba destinada a grandes cosas. Todo le iba a empezar a suceder dentro de dos días, en cuanto se registrase en el Holidome. El precio del motel era un poco caro, pero merecía la pena. El Holidome se levantaba enfrente de la consulta del médico, al otro lado de la carretera, y así no tendría que caminar tanto después de que se realizara la intervención quirúrgica.

Por culpa de la compra del teléfono —había visto una foto de Heidi Fleiss con un móvil en la mano, lo que la llevó a pensar que era una baza importante que toda chica debía tener si iba a ir a conocer sitios— le seguían faltando doscientos dólares de los dos mil cuatrocientos que necesitaba para arreglarse las tetas. Llevaba encima los otros dos mil doscientos. No se atrevía a correr el riesgo de esconder el dinero en la caravana, donde su padrastro podía olfatearlo como un perro de caza adiestrado, con su coloradota nariz de borrachín dos veces rota. Saldría a correrse otra de sus juergas alcohólicas, que siempre acababan en la cárcel. Y si no lo encontraba él, seguro que lo haría su madre. Siempre estaba fisgoneando entre sus cosas, en busca de más condenadas pruebas que demostraran que su hija seguía siendo una puta. Entonces, sentiría que era su deber donar todo el dinero a aquel chillón predicador redentorista que veía por televisión a todas horas. No, Tiffany no correría ningún riesgo con aquel dinero tan duramente ganado y que garantizaba el cambio de su futuro. Lo llevaba todo encima y todo en metálico. Había dividido el dinero en dos partes y metido mil cien dólares en cada una de las copas de su Wonderbra talla 32 AA, el cual, siendo como era lisa como una tabla, distaba mucho de hacer maravillas por su figura. Las nuevas tetas iban a cambiar todo eso, supuesto. Estaba segura.

Ve a por ello y cambia lo que puedas cambiar; en eso consistía el éxito. Como la mayoría de chicas de dieciocho años, tenía grandes sueños. Siempre le había gustado fijarse objetivos, y unas tetas grandes era una parte integral de sus planes de futuro. Nunca le había dicho a nadie, ni siquiera a su mejor amiga, Louann, que el mayor de todos sus sueños era llegar a aparecer en el desplegable de Playboy. Penthouse estaba un escalón por debajo, como Hustler, pero también se conformaba con uno de esos dos. Todos los hombres de Sugar Creek leían esas revistas... Bueno, en realidad no las leían; se las llevaban al baño para poder correrse mientras miraban embobados las mujeres desnudas. Y ella sabía que a aquellos hombres se les iban a salir los ojos de las órbitas cuando la vieran en toda su espléndida desnudez, sonriéndoles coquetamente con sus nuevas tetas talla 36 D.

No tenía ni idea de cuánto dinero se podía conseguir posando para los desplegables, pero tenía que ser mucho más que lo que ganaba en ese momento como bailarina de alterne. Los clientes nunca la elegían la primera, y sabía que tenía que ser por culpa de lo plana que era. Vera, una de las chicas, siempre se sacaba el triple en propinas que ella, pero, claro, Vera era muy exuberante, y a los hombres les gustaba enterrar las caras entre sus enormes tetas. Tiffany había tenido que complementar sus ingresos haciendo mamadas en la parte trasera, detrás del Dumpster. Era verdaderamente talentosa con la boca... si no, que se lo preguntaran a cualquiera de los chicos de Sugar Creek o, ya puestos, al médico que le iba a hacer las nuevas tetas. Había quedado tan impresionado con sus habilidades, que le había rebajado el precio de los implantes. Tiffany supuso que tendría que volver a impresionarlo de nuevo para conseguir otra rebaja por los doscientos dólares que le faltaban, y si el tipo se mostraba reacio, tendría que amenazarlo con tener una charla con la repipi de su mujercita, que había estado sentada a poco más de medio metro de distancia, atendiendo el teléfono en la recepción, mientras Tiffany estaba en el interior de la cabina haciendo que las partes pudendas del doctor echaran humo. De una manera u otra, iba a conseguir sus nuevas tetas de la talla 36 D antes de dos días.

El neumático deshinchado era un contratiempo pasajero; plantada en la cuneta de la carretera, masticando con furia el chicle que tenía en la boca, divisó una furgoneta que se acercaba. Después de todo, no iba a tener que utilizar su nuevo móvil para llamar a la grúa. Se estiró la camiseta de tejido elástico color rosa fuerte, apoyó la mano en la cadera y se balanceó majestuosamente sobre los tacones de aguja que le estaban destrozando los pies, pero que le hacían unas piernas bonitas, y adoptó una pose de mujer indefensa necesitada de ayuda.

Esperaba que fuera un hombre quien condujera la furgoneta, porque siempre podía conseguir que hiciera lo que ella quisiera en cuanto se diera cuenta de sus habilidades. Entrecerrando los ojos por el sol, soltó un sonoro suspiro de alivio cuando la furgoneta se detuvo detrás de su coche y vio al apuesto hombre que le sonreía.

Tiffany Tara Tyler se enderezó, adoptó su expresión más insinuante y echó a andar hacia la furgoneta dándose aires.
Tal y como había predicho, su vida estaba a punto de cambiar de manera radical.

Para siempre.

Rompere tu ❤ (01)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora