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A Rompecorazones no le gustaban las sorpresas, a menos, claro, que fuera él quien las diera.

Esa noche estuvo repleta de sorpresas desagradables. Ya había oído que la mula lo estaba ridiculizando, y se lo había tomado a beneficio de inventario. De las mulas sólo esperaba estupideces, así que sólo estaba medio molesto por oír algunos de los epítetos que le estaban prodigando. Necedades... palabras que no podían herirlo. Hasta esa noche, cuando oyó que ____ también difundía viles mentiras. Lo había llamado impotente. Apenas podía soportar la idea de sus labios formando la odiosa palabra. ¿Cómo se atrevía a traicionarlo? ¿Cómo osaba?

Tenía que desquitarse, y sentía el impulso de actuar con rapidez. Necesitaba castigar el descaro de ____. ¿Cuánto tiempo había aguantado en el solar trasero mirando hacia su ventana? Por lo menos una hora, tal vez dos. No lo sabía. Cuando la necesidad hacía presa en él, el tiempo no importaba.

Y entonces había visto a Lonnie. El estúpido chaval estaba trepando al árbol, el mismísimo árbol que Rompecorazones había utilizado en incontables ocasiones para meterse en su casa y acecharla durante la noche.

Lo había observado mientras se arrastraba por el tejado y se deslizaba sobre el saliente de la ventana del baño. Igual que había hecho él. «Chico listo —pensó—. Sigue mis pasos.»

Mientras esperaba a ver qué es lo que estaba haciendo Lonnie, otro hombre captó su atención. El bueno de Steve Brenner se acercaba sigilosamente a la puerta trasera de ____. Vaya, ¿qué estaría tramando?

El perro de las vecinas no podría decírselo; Rompecorazones había matado al animal para poder moverse con libertad por el jardín durante la noche. Se había ocupado del perro ladrador, y ahora Lonnie Boy y Steve Brenner se aprovechaban de su esfuerzo.

No dejaron de producirse sorpresas, y fueron en aumento hasta que la casa acabó envuelta en llamas, y Brenner, rodeado de mulas.

Hubiera podido alejarse en ese momento y nadie se enteraría. Pensaban que tenían a su hombre. Después de que se diera un pequeño garbeo por las calles de Holy Oaks y encontrara lo que estaba buscando, haría un pequeño depósito y seguiría su camino tan contento. La oportunidad le había llovido del cielo. Sí, podía marcharse, pero ¿debía hacerlo? Bueno, ésa era una pregunta que le obsesionaba.

Menudo dilema. Sí, señor. ¿Podía? ¿Debía?

Su obsesión lo estaba convirtiendo en un asesino despiadado. No, eso no era verdad, se obligó a admitir. Ya era un asesino; un asesino perfecto, matizó. Su ego insistió en que se reconociera el mérito que tenía. Una parte de él era bastante analítica al respecto, y él era capaz de reconocer lo que le ocurría, pero no podía obligarse a lamentar la pérdida de lo que los demás llamaban su cordura. No estaba loco. No, claro que no lo estaba, pero era vengativo. De eso no había ninguna duda. Era su sagrado deber devolver lo que se le había dado.

Paseaba de un lado a otro de la pequeña habitación, maquinando y hecho un basilisco. Ese sórdido muchacho, Lonnie, lo había estropeado todo sin remisión, y no podía dejar que se fuera de rositas, ¿verdad? Por su culpa, había fracasado el plan perfecto, ¿y qué tenía previsto hacer él al respecto?

El estúpido ingrato lo estaba obligando a adelantar su agenda. Menudo contratiempo suponía, y Lonnie debía pagar por ello, ¿no era así? Vaya, sí, claro que debía. Lo justo era lo justo, después de todo, y además se había dado cuenta de que a ____ no le gustaba el joven baboso. Pero, la verdad, ¿a quién le gustaba? Tal vez hubiera llegado el momento de demostrarle lo mucho que la quería. Decidió hacerle un regalo, algo especial... como el bazo o el hígado de Lonnie. El corazón, no, seguro. Quería agradarla, no insultarla, y no haría que ____ pensara que Lonnie era un rompecorazones. No, señor.

Miró el reloj de la mesilla de noche. Caramba, caramba, cómo pasa el tiempo. Tanto que hacer, y tan poco tiempo, gracias al chico Lonnie. Vaya, lo pagará muy caro, con el bazo y el hígado e incluso tal vez un riñón o los dos. Pero lo primero es lo primero, se advirtió. Hay trabajo que terminar.

Los preparativos, al fin y a la postre, lo eran todo. La fiesta tenía que ser perfecta.

Rompere tu ❤ (01)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora