Steve Brenner estaba muy furioso. Esta vez, la puta había ido demasiado lejos. Nadie, ni hombre ni mujer, iba a tomarle el pelo. Ya era hora de que ____ recibiera una lección, y él era precisamente el hombre que se la iba a dar. ¿Quién diablos se creía que era para humillarlo delante de sus socios y amigos, metiendo en casa a otro hombre?
¿Cómo se podía enamorar alguien en el espacio de un fin de semana?
Furioso por las noticias que le acababa de comunicar el jefe Lloyd, cogió una silla y la arrojó a través del cuarto, tirando una lámpara de despacho al suelo. Observó cómo se hacía añicos y, todavía furioso, le pegó un puñetazo a la pared. La pintura fresca salpicó en todas las direcciones y le roció de pequeñas partículas blancas el polo encarnado recién lavado. El muro de mampostería se hundió bajo su mano, y, cuando golpeó el bloque de cemento de detrás de la pared, se desolló los nudillos. Ajeno al dolor y al destrozo que acababa de ocasionar, retrajo la mano con brusquedad, y se sacudió todo él como si fuera un perro mojado que se deshiciera del exceso de agua.
Era incapaz de pensar cuando se enfurecía y sabía que necesitaba estar lúcido para poder calcular sus opciones. Era el amo del juego, después de todo. La puta todavía no lo había comprendido, pero no tardaría en hacerlo. Vaya que sí.
El jefe de policía Lloyd permanecía despatarrado en un sofá detrás de un escritorio vacío. Parecía relajado, pero por dentro estaba tan nervioso y tenso como una comadreja acorralada, porque sabía por propia experiencia de lo que era capaz Steve cuando se irritaba. Que Dios se apiadara de él, porque no deseaba volver a ver jamás aquella faceta de su nuevo socio.
La flamante hebilla plateada del cinturón se le estaba clavando dolorosamente en la barriga, pero temía moverse. No quería hacer nada que atrajera la atención sobre él hasta que Steve se tranquilizara.
Sobre los pantalones planchados de Steve caían rítmicamente unas gruesas gotas rojas de sangre, que se convertían en unas rayas negras que bajaban hasta la rodilla. Lloyd pensó en decírselo —sabía la importancia que Steve le daba a la presencia—, pero decidió seguir callado y fingir que no se había dado cuenta.
Con su pelo castaño ondulado y sus bien formadas facciones, Steve era considerado apuesto por la mayor parte de las mujeres del pueblo, y el jefe de policía suponía que lo era. Tenía la cara un poco larga, pero cuando sonreía las mujeres no veían más que carisma. Aunque en ese momento no estaba sonriendo, y si aquellas mismas mujeres pudieran ver el hielo de sus ojos, no les parecería nada atractivo. Incluso tal vez se asustaran tanto como Lloyd.
De espaldas al jefe de policía, Steve abría y cerraba los puños delante de la ventana mientras contemplaba la plaza. Aparecieron tres adolescentes deslizándose por la acera sobre sus monopatines, sin hacer caso de las señales que prohibían las bicicletas y los monopatines mientras pasaban a toda velocidad. El farmacéutico, Conrad Kellogg, salió a la carrera de su local agitando las manos cuando uno de los mamarrachos, con el pelo largo y desgreñado teñido de naranja, se estrelló involuntariamente contra su escaparate.
En el otro lado de la plaza, se abrió la puerta de la tienda de ____, y aparecieron los gemelos Winston vestidos con monos. Esa noche trabajaban hasta tarde. El alumbrando público ya estaba encendido, lo cual significaba que eran más de las siete. Todas las tiendas, excepto la farmacia, cerraban a las seis. Los gemelos estaban haciendo horas extras para tener la tienda lista. Steve observó cómo terminaban de sellar la ventana que acababan de instalar en la fachada de la tienda de ____.
—Menudo desperdicio de dinero —masculló.
—¿Qué dices, Steve?
No le respondió. Puesto que Steve, sumido en sus oscuras meditaciones, no le prestaba atención en ese momento, Lloyd decidió que no había ningún riesgo en ponerse cómodo. Se soltó el cinturón por debajo de su dilatada barriga, se desabrochó los pantalones para darse un poco más de espacio y sacó la navaja del bolsillo. Tras abrir la hoja oxidada, empezó a sacarse la roña de las descuidadas uñas.