28

783 48 9
                                    

Se dirigieron al norte, hacia la región de los lagos. En cuanto salieron del pueblo, Harry llamó a Noah para contarle lo ocurrido; le sugirió que esperase a la mañana siguiente para contárselo a Tommy.

—Asegúrale hasta la saciedad que ____ está bien.

En cuanto cortó la comunicación, ____ le preguntó:

—¿Qué pasa con la casa? Vi que hablabas con el jefe de bomberos. ¿Se ha perdido por completo?

—No —respondió—. La parte sur está destrozada, pero la planta superior y el lado norte siguen intactos.

—¿Crees que los armarios se habrán salvado?

—¿Te preocupa tu ropa?

—Tenía algunos cuadros guardados en el armario de la habitación de invitados. No pasa nada; no eran muy buenos —se apresuró a añadir.

—¿Cómo sabes que no son buenos? ¿Has dejado alguna vez que los viera alguien?

—Ya te dije que la pintura es sólo un pasatiempo —contestó.

Pareció ponerse a la defensiva, y Harry decidió dejar el tema. Las ropas de ambos olían a humo, así que bajó la ventanilla y dejó que la brisa limpiara el ambiente.

Siguió la carretera de doble carril durante una hora. Encontrar alojamiento no sería un problema; en casi todos los cruces se agolpaban las vallas publicitarias anunciando las tarifas de la temporada. Finalmente, giró en una carretera secundaria que conducía al oeste y escogió un motel situado a unos tres kilómetros del lago Henry. El llamativo letrero de neón naranja y violeta anunciaba habitaciones libres, pero la recepción estaba a oscuras. Harry despertó al encargado, pagó la habitación al contado y, para regocijo del anciano compró dos camisetas rojas de la talla más grande, las cuales lucían en la parte delantera una lubina blanca con la boca abierta, y en la espalda, el nombre del motel en letras negras mayúsculas.

Había doce módulos, y los doce libres. Harry escogió el módulo del final y aparcó el coche detrás del motel para que no pudiera verse desde la carretera.

La habitación no tenía muchos muebles, pero estaba limpia. El suelo era de linóleo, a cuadros grises y negros; las paredes, hechas con bloques de cemento, estaban pintadas de gris. Las dos camas dobles estaban arrimadas a la pared del fondo, a ambos lados de una mesilla de noche de tres patas que cojeaba. La pantalla de la desportillada lámpara de cerámica estaba rota y había sido parcheada con cinta aislante.

Eran más de las dos de la madrugada y ambos estaban agotados. ____ arrojó el contenido de su bolsa sobre la cama y recolectó sus objetos de aseo, que colocó en la repisa del baño. Primero se duchó, y cuando hubo terminado lavó su ropa interior de encaje y puso a secar el sujetador y las bragas en un gancho de plástico. No sabía qué hacer con los vaqueros y la camiseta. Si intentaba lavarlos con la pastilla de jabón tardaría una eternidad y sabía que no estarían secos por la mañana. Iba a tener que ponérselos de nuevo, pero tal vez pudiera encontrar unos almacenes Wal-Mart o Target cuando volvieran a Holy Oaks, y podría comprar ropa limpia y cambiarse. Sabía con certeza que tan al norte no encontraría ningún gran almacén.

Dejó a un lado la cuestión y se secó el pelo con el secador que el propietario había encadenado a la pared contigua al espejo.

Cuando salió del baño vestida con la nueva camiseta con la gigantesca lubina cubriéndole el pecho, Harry, en la primera manifestación emocional desde que salieran del pueblo, sonrió.

—Tienes buen aspecto, nena.

____ se estiró la camiseta hasta las rodillas.

—Parezco ridícula.

Rompere tu ❤ (01)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora