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Entró por la puerta trasera.

Había intentado utilizar el duplicado que tenía de la llave, pero era evidente que la puta había cambiado las cerraduras. Vaya, ¿por qué lo habría hecho?, se preguntó. ¿Habría encontrado la cámara? Se detuvo en la entrada trasera volteando la llave con nerviosismo en la mano una y otra vez mientras calibraba la posibilidad y finalmente decidió que no, que no podía haberla encontrado; estaba demasiado bien escondida. Luego recordó lo vieja y oxidada que estaba la cerradura, y dio por sentado que se habría roto, nada más.

Por suerte llevaba el chubasquero negro y lo podía utilizar para protegerse las manos y romper el cristal. Se había puesto la chaqueta para fundirse con la noche y que no lo vieran las dos viejas y secas arpías que vivían al lado de ____. Eran como gatos que se sentaran en las ventanas a observar. Había aparcado el coche a tres manzanas de distancia, otra precaución contra vecinos entrometidos, y se acercó a la casa procurando permanecer lejos de las farolas y pegado a los setos.

Por dos veces tuvo la sensación de que alguien lo seguía, y se asustó tanto que pensó en darse la vuelta y volver a casa, pero la rabia que albergaba en su interior lo seguía impulsado hacia delante. La necesidad de atacar lo estaba corroyendo como el ácido, obligándole a asumir un riesgo calculado. Ansiaba lastimarla con la misma intensidad con que un alcohólico anhelaba un trago de whisky. La necesidad no lo dejaría tranquilo, y sabía que asumiría cualquier riesgo para vengarse.

Se quitó la chaqueta con lentitud, la dobló con cuidado para duplicar el grosor, se envolvió la mano en la tela e, imaginando que el cristal era la cara de ____, atravesó la ventana con el puño, empleando más fuerza de la necesaria. El cristal estalló, y los fragmentos se esparcieron por el vestíbulo trasero.

La descarga de adrenalina fue como un orgasmo, y a punto estuvo de gritar el nombre de Dios en vano sólo por el puro placer de hacerlo. De repente, se sintió poderoso e invencible. Nadie lo tocaría; nadie.

Le traía sin cuidado que lo oyeran, puesto que estaba convencido de que la casa estaba vacía. Harry y ____ habían recogido al hermano de ella y a otro sacerdote y se habían ido a la cena del ensayo. Los había visto marcharse antes de que hubiera vuelto a casa a esperar y prepararse. En ese momento eran poco más de las once, y no estarían de vuelta hasta bien pasada la medianoche. Tiempo de sobra, pensó, para hacer lo que quería y largarse.

Metió la mano a través del cristal roto, descorrió el pestillo, abrió la puerta y entró. Tuvo que reprimir el impulso de ponerse a silbar.

La alarma silenciosa empezó a destellar en cuanto se abrió la puerta, pero Harry ya sabía que alguien había entrado en la casa. Él y ____ habían regresado más temprano de lo previsto, y se había quedado de guardia mientras Joe recuperaba el sueño perdido. Estaba en el rellano de la planta de arriba y empezaba a bajar las escaleras cuando oyó el lejano aunque inconfundible ruido de cristales rotos.
Sacó la pistola sin dudarlo ni un instante, quitó el seguro y se dirigió al cuarto de invitados para avisar a Joe. Estaba a punto de agarrar el picaporte cuando la puerta se abrió y salió Joe; ya tenía la Glock en la mano, con el cañón apuntando al techo. Con un movimiento de cabeza hizo saber a Harry que estaba preparado, tras lo cual volvió a desvanecerse en la oscuridad de la habitación dejando la puerta abierta de par en par. Harry señaló la alarma centelleante, y Joe la desconectó de inmediato.

Sin hacer el más leve ruido, Harry giró y volvió a toda prisa a la habitación de ____. Cerró la puerta tras él en silencio. ____ estaba tumbada de espaldas, profundamente dormida, con las manos a los costados y un ejemplar de las memorias de Frank McCourt abierto sobre el pecho. Se acercó al lateral de la cama, se acuclilló junto a ella, y le puso la mano en la boca para que no hiciera ningún ruido al despertarse.

Rompere tu ❤ (01)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora