Mario Andrés se puso intenso cuando faltaban diez minutos para el mediodía y le dije que no me daba tiempo de llegar. Es la primera vez desde que viajamos para su tratamiento que no estamos juntos para una comida.
Desde que mamá me llevó a vivir con ella, me tuve que acostumbrar a estar ciertos días solo. Stephanie se volvió mi fiel compañera en la mayoría del tiempo, luego lo fue Dilan y se le añadió Pablo.
Ese lugar lo ocupa Mario Andrés ahora.
En el caso de él, es completamente diferente. Su mamá es una arpía que lo cambió por dinero, lo maltrataba y mató al único compañero que tenía: su abuelo. El papá se la pasaba trabajando y lo dejó a cargo entre la señora de servicio, que lo trata como si fuera un hijo y el guardaespalda, que lo trata como si fuese un hermano.
Aún así, tenía un vacío que llenar y comprendí, en este momentos, que yo soy quien ocupa ese lugar ahora en su vida.
Cuando llegué a la oficina para saludarlo, me hizo subir con él al apartamento a ver cómo iban los arreglos para el gimnasio y después a la habitación para saber si había algo que arreglar o rediseñar. En vez de eso, comenzamos a besarnos y pasó a más, incluído otro baño que me tuve que dar porque ahora tiene el placer culposo de correrse arriba de mi abdomen y cualquier otro sitio donde caiga.
Nos acostamos a dormir después de la ducha y despertamos hace un buen rato para ir a la cena con mis amigos y despedir a Don Marco que se va mañana temprano.
—¡Papá, nos vamos! —toca Mario la puerta una vez más.
—Ven acá —lo halo de un mano y me abrazo de su cintura—. ¿Te puedes quedar tranquilo? Esperemos abajo que en cualquier momento sale.
Nos sentamos en el penúltimo escalón a esperar que salga el hombre en cuestión. Mario está quejándose en voz alta que los hombres que él más quiere en su vida son dos impuntuales sin remedio y el sonido de la puerta al abrirse es como música para mis oídos porque dejaré de escucharlo.
Me levanto de la escalera sacudiendo mi pantalón y casi me ahogo con la saliva cuando, al voltear, veo a Martha entrando de nuevo a la habitación de huéspedes.
—¿Pero qué mierda?
Las palabras se escapan de mis labios y Mario se levanta para saber qué estoy viendo.
—¿Qué pasó?
—Eh, no, nada. Es que... acabo de recordar que... tengo que ir mañana a la universidad para firmar algunas cosas.
A Mario no le convence mucho mi respuesta, pero le resta importancia. En su lugar, le pega otro grito a su padre para que termine de bajar porque Carlos lleva rato esperando en el estacionamiento.
Martha es un mujer con un poco más de cincuenta años que se conserva muy bien. Tuvo a Carlos, su primer hijo, a los diecisiete. Santiago fue el siguiente a los diecinueve y de último a Miguel, a los veintitrés. Me sé la historia porque mi amigable chófer y guardaespalda me lo contó al segundo día de conocernos.
Ahora, mi pregunta es: ¿desde cuándo ellos tienen relaciones? Ya decía yo que tanto amor y atención de llevarle desayuno a la cama era más que amistad. La otra pregunta es: ¿debería decirle a Mario Andrés? No es como si algo asísi me correspondiera a mi decirlo.
—¡Al fin! —exclama Mario cuando su papá sale de la habitación—. Si no es porque te conozco, diría que estabas con una mujer allí. Ahora vámonos.
Creo que no conoce a su padre lo suficiente.
Quedamos en vernos en el Steak House del centro comercial donde yo trabajé. Es la segunda vez que como en este restaurante en lo que va de año y la primera en esta zona. Mario hizo que cerraran la zona e invitó a amigos de su padre que tiene tiempo sin ver o que tuvieron el desagradable encuentro en la boda, entre ellos, Jorge Montebianco. Antes de sentarme con mis amigos, paso saludandolo.
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Enséñame a Vivir
RomanceJonah logró que Mario Andrés no cometiera el que podía ser el error más grande de su vida: casarse con Tiffany Hans. Ahora, Jonah tendrá que enfrentar a su mamá con el miedo más grande que tiene: decirle que es gay. Además, enseñarle a Mario a crec...