Capítulo 56

79 11 0
                                    

Si hay algo que logra calmar mi ansiedad, mis nervios y mis dudas son los besos, las caricias y la forma en la que Mario Andrés me hace el amor.

Habíamos avisado a la prensa e invitado a muchas figuras importantes asociadas con la empresa de los italianos, por lo que esperamos que sea concurrida la noche.

Mario y yo nos adelantamos a esperar en el ascensor a hablar de asuntos menores del local mientras esperamos. Las primeras en aparecer son Sabrina y Stephanie; Don Marco se les une a los pocos segundos y Pablo al rato.

—¿Nos sorprende que Dilan sea el último? —plantea Stephanie de forma retórica—. No nos sorprende.

Pablo atraviesa el pasillo en busca de Dilan y coincide con él a medio camino. Mi amigo regresa con su llamativo saco dorado y se me queda viendo al darse cuenta que tengo puesto uno igual.

—Iré a cambiarme —intenta dar media vuelta.

—Dilan, somos hombres, no me importa.

—¡A mí sí me importa! No pienso ser opacodo.

—Si cruzas ese umbral para cambiarte, te quedas —advierte Mario.

Pablo, en vista de no querer quedarse, entra al ascensor con nosotros. Dilan lo piensa por unos segundos que parecen eternos hasta que accede a venirse de esa manera.

Mario se comunica con Carlos, quién se fue par de horas antes para chequear la seguridad y llevarse a las madres, y este le informa que el local está muy concurrido, sobre todo con la prensa esperando.

Una vez en la planta baja, le entrego las llaves a Pablo para que haga los honores de nuevo y Don Marco lo acompaña como copiloto. En la última fila se montan mis otros tres amigos dejando que Mario y yo viajemos solos en la nuestra.

Emprendemos el viaje al local y en el camino no hago otra cosa que repetir en mi mente la canción que interpretaré esta noche. Mario toma mi mano que no ha dejado de dar leves golpes con impaciencia al portavaso y le da varios besos de manera suave.

—Todo estará bien, yo estoy contigo.

Las luces de la calle logran iluminar su rostro que luce muy relajado por la hermosa sonrisa que tiene. Hace tiempo que no recordaba esa promesa que modificamos hace algunos meses y escucharlo ahora mismo me transmite cierta paz.

Finalmente, Pablo entra en la calle donde queda el local y, sí, está completamente abarrotado el lugar. Hay vehículos por ambos lados de la calle, muchas personas dispersadas por el lugar y, cuando Pablo se detiene en la entrada, hay muchas más acumuladas allí.

Carlos se acerca a la camioneta con su temible cara de pocos amigos y abre mi puerta para que podamos bajar. Las interminables luces que emiten las cámaras me hacen parpadear y pareciera que por un momento me nublaran la vista. Mario entrelaza sus dedos con los míos y ambos caminamos a la entrada del local sin mirar a algún sitio, solo a la puerta.

Entrados al local, las miradas se dirigen y detienen sobre nosotros. La incomodidad me gana porque son personas que no conozco y no sé que puedan estar pensando o diciendo ahora mismo de mi. Al pasar un mesonero, Mario lo detiene para tomar seis copas y lo miro acusadoramente por aprovecharse de la situación para tomar vino.

—Será solo esta copa —aclara.

—¡Quiero proponer un brindis!

La voz de Jack con su gracioso acento español llama mi atención y lo diviso en la mesa que le asigné, no muy lejos de la nuestra que continúa vacía porque, obviamente, nosotros aún estamos en la puerta de entrada. A su lado logro ver a la insoportable de Marlene con una expresión mezclada entre asco, disgusto y desprecio.

Enséñame a VivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora