Capítulo 60

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El sonido del timbre me saca de mi pensamientos tan profundos. Desde que llegamos a la casa, no me he movido de la terraza con vista al mar, una de las pocas cosas que me tranquilizan.

En vista de no tener las esposas, dejé a Perseo encerrado en la biblioteca solamente con una jarra de agua. Puede que tenga hambre, pero mi cabeza no está para ese tipo de cosas ahora mismo.

Me levanto y atravieso la puerta que conduce directo a la sala. La única persona que puede saber que estoy aquí es a quien estoy esperando. Aun así, tomo el arma de arriba de la mesa y observo por la pantalla digital de quién se trata.

Esa piel blanca, ese cabello negro y un cuerpo que estoy seguro reconocería en cualquier parte.

—Jonah, soy yo —anuncia al otro lado de la puerta.

Sin duda, lo que más reconocería en cualquier momento, sería su voz.

Abro la puerta y me lanzo en los brazos de la única persona en que puedo confiar sin poner su vida en riesgo. Su tradicional perfume invaden mis fosas nasales y comienzo a llorar sin consuelo en lo que sus brazos rodean mi cuerpo.

—Oh, Dios, Jonah. No me abraces así.

—¿Por qué? —me separo de él—. Discúlpame, es que estoy...

—No tienes que disculparte —me interrumpe—. Yo soy el que aún no lo supera y no quiero revivir viejos tiempos mientras estemos juntos.

—Kelvin, han pasado más de seis años. No puedes seguir sintiendo algo por mi.

—¿Por qué mejor no me dejas pasar y cambiamos el tema?

Tomo una de las maletas y entro con ella. Dejo el arma arriba de la mesa y escucho como se cierra la puerta. Ahora mismo, lo que más necesito es darme un baño y cambiarme de ropa.

Kelvin me entrega la maleta que él metió y paso con ella a la habitación principal. Con la puerta cerrada y en absoluta privacidad, me quito la bata médica y el boxer. Lanzo la maleta arriba de la cama y saco toda la ropa para saber qué ponerme.

La luz entre naranja y roja que ilumina la habitación llama mi atención y desvío la mirada hasta el balcón. Un hermoso atardecer adorna el cielo y el gigante sol comienza a esconderse detrás del mar. Necesito urgentemente la ducha, pero no hay algo malo en quedarse un poco más contemplando este espectáculo.

Desnudo, me dirijo a la baranda a contemplar la tarde sabiendo que no habrá vecinos viendo mi cuerpo.

La nostalgia es el primer sentimiento que llena mi cuerpo y siento las ganas de llorar nuevamente. Aunque el atardecer se ve de la misma forma en el ventanal del pent house, este es el primero que veré sin Mario desde que nos vinimos a vivir a esta ciudad. Lo peor del caso es que muy probablemente sea el último.

El pensamiento de que no es momento para llorar cruza mi mente y me limpio la lágrima con rabia. Más adelante tendré tiempo para llorar a mi esposo, a mis hijos no conocidos y encerrarme en mi mismo, en mi mundo, lejos de todo y todos. Pero por ahora, solo necesito un plan de ataque.

Al girarme para entrar, encuentro a Kelvin viéndome fijamente. Extrañamente, sus ojos no viajan por mi cuerpo desnudo, por lo que hay dos posibilidades: tiene rato parado allí y ya me había visto, o prefiere verme a los ojos para que no le dé más tentación.

—Una de las cosas que más amo de ti, es tu capacidad para ser fuerte ante las situaciones.

—No hagas esto, Kelvin.

—Pero en este momento no es sano, Jonah. Yo vine a ayudarte y recuperaremos a tu familia, pero necesitas un tiempo para pensar bien las cosas.

—Dejar pasar un tiempo es darle oportunidades.

Enséñame a VivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora