Capítulo 47

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—¿Ese no es el medio hermano de Mario Andrés? —inquiere Stephanie.

Automáticamente, Mario gira la cabeza en busca de la feliz pareja que está haciendo acto de presencia en la sala. Supongo que su plan era llegar tarde y llamar la atención, pero los demás invitados no están teniendo el mínimo contacto visual con ellos. Mario se intenta levantar de la silla y lo detengo.

—¿A dónde crees que vas?

—Él no puede ni debe estar aquí.

—Lo sé, pero tienes que calmarte. No lo confrontes, porque es precisamente lo que vino buscando. Hay que hablar con Sabrina para saber cómo terminó él en la lista de invitados.

—Es un peligro, Jonah.

—Eso está claro. Sin embargo, créeme que no se atreverá a hacer algo en un sitio tan concurrido y custodiado como este. Él vino a dar un mensaje, esperemos que mueva la primera pieza... por favor.

Mario mira mi mano en su antebrazo y estoy casi seguro que detalla el anillo en mi dedo anular. Resignado, toma asiento a mi lado de nuevo.

La banda termina su corta presentación y el siguiente en tomar lugar es el presentador de las subastas. En las esculturas y los cuadros no soy tan clásico o conocedor. Me llevo más por las antigüedades que pueden llegar a ser un bonito adorno.

Algunas de las piezas subastadas se venden en una buena cantidad de dinero. Mario me explica que, aunque no sean de un pintor reconocido, son piezas únicas y exclusivas que pertenecieron a alguna figura importante y son donadas para beneficencia. A eso se debe el costo que muchas personas están dispuestas a pagar.

Los primeros cuarenta y cinco minutos de subasta pasan y no recuerdo que la del año pasado haya sido tan fastidiosa. Pablo y Dilan llegan casi en el momento que Sabrina anuncia sobre la cena, justo a tiempo para comer. Mi amigo luce realmente fastidiado por haber esperado a Pablo y es cuando recuerdo que hace unos meses él me había pedido trabajo.

—Mario, ¿crees que podamos contratar a Pablo para la vacante que dejó Perseo? Aún no se ha contratado a alguien.

—Me parece bien. Que vaya el lunes preparado para empezar de una vez. Le informaré a Poulson y a Octavio.

Este último es el hombre que contratamos para estar al frente de la empresa el tiempo que estemos fuera del país.

Carlos y Santiago se acercan a nuestra mesa con cuatro bolsas con carácteres chinos. Dejan una para Pablo y Dilan, una para Mario y para mí, la otra para Stephanie y supongo que una para Sabrina si llega a nosotros en algún momento y la otra para ellos dos, que se sientan en las sillas disponibles cuando Mario les da permiso. Los cuatro hombres adicionales que nos custodian desde hace más de tres meses se colocan a espaldas de nosotros, como si fuesen los cuatro puntos cardinales.

De la bolsa, Mario saca las dos bandejas de comida china y cierra los ojos aspirando su olor, el ritual que hace cuando le gusta la comida.

—¿Qué es todo esto? —cuestiono extrañado.

—Comida china, mi amor —me extiende el par de palillos—. De nuestro sitio favorito.

—¿Y no van a servir comida esta vez? Además, ¿por qué los muchachos están así? Estamos llamando la atención más de lo debido.

—La respuesta a la primera pregunta es que yo solo confío en las personas en esta mesa. No sé si le pagaron a los mesoneros o al chef para envenenarnos. La respuesta a la segunda pregunta es que no sabemos qué esperar de Hermes. ¿Alguna otra pregunta o podemos comer?

Le hago una seña con la mano invitándolo a comer y hace lo propio. Mientras destapo mi envase, Sabrina llega con sus padres y uno de los guardaespaldas impide que se acerquen con mucha educación.

Enséñame a VivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora