Sabrina me avisó el mismo día en la tarde que su amigo aceptó y el precio no fue nada cómodo. Aún así, Don Marco ofreció pagar el doble para que entregaran el trabajo lo más rápido posible. Pretendían hacerlo en quince días y acordamos que lo entregaran el viernes con la nueva oferta planteada.
Me siento un corrupto.
El miércoles llega como el día en que Ivone quedó en verse conmigo en una cafetería en el norte de la ciudad a la diez de la mañana. No soy tan idiota como para ir sin estar precavido, sabiendo la víbora con la que estaré y que soy una de las presas que Olimpia del Toro se quiere comer, por no decir la principal.
La excusa que le doy a Mario Andrés para salir, que no ha dejado de reclamar lo extraño que estoy y las conversaciones en clave que mantengo con su padre, es que iré a una sex shop a comprar algunas cosas para compensar como lo hecho sentir involuntariamente y fue como se quedó tranquilo.
Puntual como hace mucho no soy, llego a la cafetería. Una sospecha catastrófica tuve cuando Ivone me dijo para vernos en un sitio al aire libre, lo que me hizo pensar en el hecho de que puede ser que Poulson le adelantó algo.
No pasan ni dos minutos de mi llegada, cuando la mujer con la que quedé en verme hala la silla y se sienta. ¿Estaba esperando en algún sitio?
—Buenas, Jonah, que gusto verte.
La raíz de la falsedad.
—Hola, Ivone, gracias por venir.
—¿Qué ha pasado?
—¿Ya estás trabajando?
—Aún no. Estoy en la búsqueda.
—Existe una posibilidad de que vuelvas a ingresar a Emporio, Ivone. Pero necesito saber que fue lo que pasó con la presentación de tus proyectos.
—Me basé en los países que necesitaban mayor inversión, eso es todo. No era para tanto. Pero, ¿en serio existe una posibilidad de que vuelva a la empresa?
Tan falsa.
—¡Claro que sí! Eso sí, tienes que responder una última pregunta —finjo una amplia sonrisa.
—La que sea —corresponde la sonrisa.
—¿Quieres regresar como Ivone Durán o como Atenea del Toro?
La sonrisa en el rostro de Atenea no se borra. Más bien, pareciera que se ensancha al escuchar su nombre. Tiene el cabello recogido en un moño y dos palillos chinos atravesados lo sostiene. Retira uno de los palillos, mientras yo observo cada uno de sus movimientos con especial atención.
Mi mirada se desvía de ella cuando alguien hala la silla a mi derecha. Velo, lentes y cabello negros, labios rojo carmín, piel blanca como la leche, un hermoso vestido del mismo color ajustado a su conservada figura.
Olimpia del Toro.
El cielo está pintado de gris por la temporada de lluvia que ha empezado en la ciudad, algunos truenos retumban y me controlo lo más que puedo por mi miedo a ellos.
—Se avecina una tormenta —rompe el silencio entre los tres la imponente mujer.
—Yo soy la tormenta —recuerdo el proverbio.
Olimpia se quita los lentes de sol y sus impactantes ojos azules me miran, exigiendo que me quite los míos para poder verme a los ojos.
—¿Qué pensaba Dioniso del Toro cuando le puso nombres griegos a sus seis hijos bastardos? —ataco.
—¡No te permito que...
—El que no permite aquí soy yo —interrumpo a Olimpia y me enderezo—. Me importa un comino que te ofendas.
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Enséñame a Vivir
RomanceJonah logró que Mario Andrés no cometiera el que podía ser el error más grande de su vida: casarse con Tiffany Hans. Ahora, Jonah tendrá que enfrentar a su mamá con el miedo más grande que tiene: decirle que es gay. Además, enseñarle a Mario a crec...