—Señor, me acaban de llamar los aliados que están en el aeropuerto. Vamos a...
—Carlos, no es momento de formalidades.
—Voy a frenar la camioneta con el freno de mano y, si solo damos unas vueltas, tendremos éxito de salir con vida.
—Eso es una muerte súbita, Carlos.
Los últimos dieciocho minutos hemos estado manejando en línea recta a toda velocidad. Mis amigos no dejaban de llamar y solo lograban ponerme más nervioso.
¡Esto no estaría pasando si nos hubiésemos ido a Estados Unidos desde un principio!
—Hazlo, Carlos —ordeno—. Confío en ti.
—Jonah...
—Prefiero morir en estas condiciones, a tu lado, que uno de nosotros vea morir al otro en mano de esa gente —lo interrumpo.
Mario parece entender mi punto. Suelta su cinturón de seguridad y se sienta a mi lado, rodeando mi cuerpo con el suyo.
—Te amo, Jonah Boat.
—Te...
—¿Por qué hablan cómo si vamos a morir? —interviene Santiago—. Serán unas vuelticas, puede que algunos rasponcitos. Nada que un mecánico y un doctor no pueden arreglar.
—No es momento de bromas, Santiago.
Carlos pone una mano en el freno y mi corazón se acelera con fuerza. Si la camioneta se vuelca, espero morir de esa forma y no quedar vivo, porque será peor.
—Estén preparados que voy a hacerlo —advierte Carlos—. A la cuenta de tres... dos...
—¡Esperen! —grita Santiago.
Si no muero en el accidente, o asesinado, Santiago me va a matar.
—Se detuvieron las balas —añade.
La camioneta donde venían los otros guardaespaldas chocó varios metros atrás con otra. Fue bueno porque nos dejaron solo contra dos, pero lo malo es que no sabemos qué pasa allá atrás.
Un teléfono que no es el mío comienza a sonar y Santiago es quién atiende la llamada. Sin decir nada, escucha atentamente con un dedo en el aire para que no hagamos ruido. ¿Quién estará al otro lado?
—Bien, Sabrina, les diré a todos. Te debemos la vida.
¿Sabrina?
—¿Sabrina? —se endereza Mario, incrédulo.
—Hace quince minutos le mandé un mensaje con nuestra ubicación a tiempo real. Sabía que en algo podía ayudarnos.
Busco mi teléfono en el suelo de la camioneta y lo encuentro con centenares de llamadas perdidas. El último nombre en la pantalla es el que marco sin ver de quién es.
—Jonah, ¡al fin!
¿Tenía que ser Dilan?
—Pon el teléfono en altavoz —me dice Mario.
Carlos desacelera un poco la camioneta, pero continúa por la extensa vía.
—¿Por qué tienen que subestimarme? —cuestiona Sabrina, fingiendo estar ofendida—. Yo debería ser su jefa de seguridad y no el feo cara de roca ese.
—Las ironías para después, Sabrina —habla Mario, con tono firme—. Dime qué pasó allá atrás.
—Estamos detrás de ustedes. Detenganse y hablamos.
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Enséñame a Vivir
RomanceJonah logró que Mario Andrés no cometiera el que podía ser el error más grande de su vida: casarse con Tiffany Hans. Ahora, Jonah tendrá que enfrentar a su mamá con el miedo más grande que tiene: decirle que es gay. Además, enseñarle a Mario a crec...