Capítulo 52

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Mario tenía razón cuando dijo que estaría enamorado de toda California. Es un estado que lo tiene todo: modernas zonas metropolitanas, paradisíacas playas, antiguas construcciones y otras zonas turísticas interesantes de conocer.

Para ocupar el tiempo, estuvimos investigando universidades para hacer juntos un máster en negocios. A Mario le brillaron los ojos al recordar que Stanford queda en San Francisco y él podía hacer el suyo allí. El detalle más resaltante es que nos queda a siete horas de donde vivimos y el otro es que yo no podía hacerlo con él.

La solución fue hacerla en la universidad de California en Los Angeles, donde puedo ingresar sin tantos papeles y la selectividad es más amplia. Introducimos los papeles, hicimos una presentación y nos enviaron un correo de que fuimos aceptados.

Es la mejor manera de resumir tres meses en los que Mario ha estado especialmente fastidioso, ansioso o inquieto. Sin embargo, me enamora su fase de padre preocupado. No solo por sus dos hijos, si no también por los dos míos. Al fin y al cabo, serán nuestros hijos.

Como uno de mis regalo de cumpleaños, decidió que el doctor nos revelara los sexos de los bebés hoy, por lo que nos vinimos con las madres a la última hora de la tarde como quedamos con el doctor para el ultrasonido.

Las personas se acostumbran a decir que no importa el sexo del bebé siempre y cuando sea sano, y en parte es cierto. Pero nosotros estamos planificados a dos varones y dos hembras, empezando con los nombres.

—Bien, mi feliz pareja —habla el doctor—. Empezemos con la señora Lorena.

La rubia se acerca al doctor y se acuesta en la camilla como si estuviese muy acostumbrada a ello. Mario y yo entrelazamos nuestros dedos y nos acercamos un poco más al monitor. El doctor echa un líquido en el abdomen de la mujer y mueve un aparato por un momento, hasta que los latidos del corazón hacen a Mario sonreír de emoción.

—Vamos, pequeño bebé. Déjate ver —insiste el doctor.

—¿Pasa algo, doctor? —cuestiona Mario.

—Está siendo tímido. No se quiere...

El doctor se detiene, coloca la cabeza en algunos ángulos y luego sonríe.

—¿Cómo piensa llamar a su hijo, señor? —plantea.

—Kenneth Lessander —responde Mario y volteo a verlo.

—¿No iba a ser solo Kenneth? ¿Por qué mi segundo nombre?

—¿Por qué no tu segundo nombre? Se me acaba de ocurrir y me gusta.

—Bien, felicidades. Ya tendrán un varón que mantenga el apellido familiar.

El doctor permite levantar a la mujer y, mientras limpia el aparato, se sienta la otra rubia. El doctor habla trivialidades con ella al mismo tiempo que coloca gel en su abdomen. Los latidos de la criatura indica que, al menos, el feto está bien.

—¿Cómo se llamará la niña?

—María Fernanda —responde Mario.

—¿También? —levanto una ceja—. ¿No habíamos quedado en que solo nombre para todos?

El doctor y las madres se ríen al mismo tiempo que Mario coloca cara de inocente. Ruedo los ojos y me coloco unos pasos delante de él, dándole la espalda. La enfermera que contratamos como vientre en alquiler es la siguiente en pasar y me apoyo ligeramente en la camilla.

—Otra niña —anuncia el doctor—. Esta hermosura se dejó ver antes. ¿Cómo se llamará?

—Josephine Estelle —respondo.

Enséñame a VivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora