532. La Misión Es Lo Primero

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En la más remota penumbra al amparo de la fría madrugada, y bajo la imponente Torre de Polis, capital de la Coalición, Gaia kom Seda, sucesora de Titus, maestro y guardían de la Sagrada Orden de la Llama, permanecía sumida en un letargo sentada sobre el desvencijado suelo que la acogía. Rodeada de velas, antiguas reliquias y viejas posesiones pertenecientes no solo a la Orden sino también a los antiguos Comandantes de la Sangre a los cuales veneraba y honraba, Gaia no podía creerse el haber sido recluida en aquellas estancias a expensas del conocimiento de la Heda de los Catorce Clanes.

Su desprecio, su odio era tal que iba en aumento con cada bocanada de aire que inspiraba. La falsa heredera de Heda, la había ridiculizado, emplazado a marcharse y desprestigiado delante de todos los dignos representantes de los clanes.

Se había extralimitado con ella sin siquiera merecer ejercer todo ese poder que tenía designando en nombre de Heda.

Era un honor que ella no había ganado, Halena kom Azgeda no merecía tal consideración por mucho que hubiese sido nombrada formalmente como Jusheda y primogenita de la Comandante.

Estaba en completo y total desacuerdo con ello.

Una Wadesha no podía gobernar en nombre de los Clanes, se negaba en rotundo a ello.

Cometería un error, pronto cometería un error imperdonable revelando su autentica naturaleza y ya sería tarde para que Heda y la Coalición, actuasen.

Últimamente, era obvio que el amor nublaba el juicio de la Comandante de la Sangre, un amor irracional e incomprensible para ella que la apartaba del deber y el bien común para sus gentes.

No había querido ver ni recibir a nadie desde la cumbre en la que los Clanes habían aceptado honrar el mando de la joven Anorah, sentía aquel acto, un acto de cobardía y desesperación por tener a alguien a quien poder seguir por parte de las delegaciones, desde luego como Seda no estaba conforme con aquella injusta decisión.

Ni ella ni los suyos se quedarían de brazos cruzados viendo como esa sucia y impúdica criatura les llevaban a la inminente destrucción de todo cuanto durante tantos años habían construido juntos.

El pesado ruido de unas botas aproximandose ni siquiera hizo que abriese los ojos, no necesitaba hacerlo para saber exactamente de quien se trataba dado que conocía muy bien aquella forma de andar.

Durante unos instantes los pasos se detuvieron y sintió como unos oscuros y duros ojos se posaban sobre ella.

—Ese camino, solo te conducirá a la muerte, ¿acaso es eso lo que ansias?

—Marchate, madre.

Indra kom Trikru, lider del Pueblo Arboreo continuo observando su obstinación y terquedad como cuando aún era niña aunque con menor indulgencia.

—Escudarte en tu posición, no siempre te protegerá. Halena, es ahora la heredera de la Coalición y debes aceptar eso.

Gaia que abrio los ojos al escucharla enfrento su mirada con dureza.

—Jamás.

Indra la vio ponerse en pie y sacudirse la ropa antes de alejarse de ella y la siguió.

—No es algo que vaya a suceder. Ya está sucediendo.

—No aceptaré ordenes de una sucia Wadesha —determinó la joven sacerdotisa llevandose la mano al colgante que llevaba en su cuello y luego a los labios besandolo en silencio con veneración—. Hice una promesa. Jure proteger la fe y a nuestro pueblo y pienso cumplir esa promesa.

Indra que se acercó a ella la tomo con fuerza del brazo obligandola a volverse hacia ella.

—Te matará, Gaia —sentenció la guerrera mayor terminantemente—. Si continuas oponiendote a ella, Lexa acabará por declararte enemiga de la Coalición y no podré protegerte.

—¿Es eso lo que crees qué haces? —replicó Gaia con reproche en su voz—. ¿Protegerme? ¿Haciendo qué exactamente? ¿Sirviendo a esa arpía indigna? ¿Obviando lo qué es? ¿Obedeciendo a sus caprichos?

—Te equivocas pensando que esa niña es el enemigo —contestó Indra sosteniendole la mirada tensamente—. Ella ha unido a un pueblo en dividido, fragmentado. Ella ha logrado que las diferencias de aquellos que...

—¡Blasfemas! —la acusó Gaia soltandose bruscamente de su agarre—. ¡Te ha embaucado como a los otros! ¡Ha logrado engañarte como ha logrado engañar a todos! ¡Ella sola ha diezmado a un pueblo entero, a un ejercito! ¡Preguntate, cómo!

—¡Ya basta, Gaia! —ordenó Indra llevandose la mano a la empuñadura de la espada instintivamente.

La cara de la joven sacerdotisa cambió ligeramente al apreciar aquel traicionero gesto.

—Me harías daño solo por protegerla —medito ella en un decepcionado murmullo.

Indra se dio cuenta de lo que había parecido y se dispuso a contestar cuando una voz las interrumpio.

—La Guardiana de la Llama tiene razón —declaro una voz familiar que hizo que ambas volviesen la cabeza al mismo tiempo.

Gaia que en un principio no le reconoció volvió la cabeza hacia su madre que miraba a Aden, el más prometedor de los Natblidas de Heda allí solo en pie.

—¿Lo ves, madre? No soy la única que lo piensa.

Indra que no parecía entender nada volvió la cabeza hacia el líder de Ouskejon Kru.

—Aden...

El Natblida que dio dos pasos hacia delante siendo iluminado por las cálidas y tenues luces de las velas movió ligeramente la cabeza.

—Halena no debería gobernar. No le corresponde a ella hacerlo. Ella no ha sido entrenada como lo hemos sido nosotros, no posee nuestra sangre. Y se equivoca al otorgar presencia a ese Nohara entrometido permitiendole hacer de las suyas y manipulandola. No está pensando con claridad.

Gaia que se sintió orgullosa al escucharle, escrutó a su madre detenidamente, la duda, la sombra de lealtad irrevocable que planeaba sobre ella, la mano aún en la empuñadura de su espada.

Indra no podía creer que Aden estuviese hablando en serio acerca de la primogenita de Heda, aunque identificaba el rencor y el agravio sentido en su voz.

—Estás celoso.

—¿De Halena?

—De ese Nohara que tanto dices despreciar. Él la ama y tú no puedes aceptar eso. Rashesh comparte con ella una conexión, una unión que tú nunca entenderás, y por mucho que...

Un sonido estrangulado brotó de sus labios al tiempo que Aden daba un paso amenazante hacia ella, pero se detuvo ante la escena presa de la incredulidad y el asombro.

Indra con los ojos muy abiertos frente a él, bajo la mirada temblorosa viendo como la hoja de una espada atravesaba su pecho y trató de girarse al sentir como de la comisura de sus labios manaba un borbotón de sangre caliente y resbaladiza.

Gaia, su hija, su única hija era quien sostenía la hoja que la atravesaba para su pesar. La Guardiana de la Sagrada Llama sintió sus ojos llenarse de lágrimas pero no derramó ni una.

—Lamento esto, madre, pero la fe y la misión son lo primero. Tú me lo enseñaste.

Indra que boqueo sin apenas poder emitir sonido alguno resbalo por la hoja cayendo al suelo y tanto Aden como Gaia la observaron con impresión y conmoción.

—Y nada debe interferir en ello.

Continuara...

Asumamoslo, Ahora Esto Es Lo Que Somos 4... (#TheWrites)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora