~Ni Siete Ángeles~ [SEGUNDA TEMPORADA] - NR

La procesión del ánima

Narra Escritora

El hombre más alto y fornido de la habitación tomó a Elizabeth Baker por los largos cabellos, y, mientras que su compañero privaba de todo movimiento a la chica, comenzó a hundir su cabeza en un balde lleno de agua; ahogándola hasta que esté cerca de morir. Elizabeth luchó con todas sus ganas para no caer ante la fuerza del hombre que la sujetaba, pero los intentos solo la cansaban más de lo que ya estaba.

-¡No! -Su voz se vio obstruida cuando su cabeza volvió a hundirse en el agua. El gorgoteo provocado por el ajetreo del líquido llenó la oscura y silenciosa habitación, a tal punto de escuchar perfectamente como Elizabeth trataba de gritar, pero en cambio solo conseguía ahogarse aún más. Aprendió de la gran falta de aire que en ese momento lo mejor que podía hacer era callarse y... soportar lo más que podía hasta que Lloyd venga a la ayuda. La chica logró encontrar un patrón entre los movimientos de los enemigos; quince segundos bajo el agua y solo dos para tomar un bocado de aire y volver a ahogarse.

Elizabeth sintió como las esperanzas no iban a llegar a tiempo, poco faltaba para que sus pulmones se llenen de todo menos de oxígeno y caer al suelo, para después morir. Además de los males que afligen el cuerpo, el sentir de la muerte la indundó. La chica ya tenía su futuro planeado: sería una gran estrella, de su vocación podría salvar a todas las personas, escribiría de paz y de guerra, de amor y desamor, y crearía todo un ejército que los protegerían tanto como a sus amados. Esa vida planeada le encantaba y fascinaba, y le quedaba corto decir que en esos momentos sentirá alegría. Pero todas esperanzas comenzaban a esfumarse junto a su vida.

Por estar pensando en lo que no debería en una situación tan crucial como esa hizo que en los pocos segundos que tenía de ventaja, no tomara aire, en cambio solo exhaló. Su cabeza cayó con fuerza contra el agua y esta vez ya no contaba con la fuerza para moverse o emitir cualquier clase de ruido. El líquido que la inundaba comenzó a tornarse de un color más tenue. La chica dejó de moverse y supo por instantes que este sería su final. Seguidamente, cerró los ojos y la vida abandonó su cuerpo.

El cuerpo inerte de Elizabeth Baker se alzó gracias a la fuerza de aquellos dos hombres quienes la obligaban a ahogarse. El hombre a cargo, el jefe de ambos, les asintió y caminó a la puerta más próxima, donde seguidamente les dio el paso al trío. Los dos mafiosos más fornidos dieron un par de pasos, hasta situarse al centro de la oscura habitación. Alzaron aún más a la mujer para después tomar fuerza y lanzarla al suelo. De la boca de Elizabeth salió un hilo de agua. El impacto de la espalda contra lo sólido del suelo bastó para que si quedara algo de vida en la chica, esa viveza se esfumara totalmente.

Los hombres presentes se alarmaron al escuchar fuertes y rápidas pisadas aproximándose a su posición actual. Sabían que debían de irse lo más pronto posible y dejar que aquel cuerpo inerte hiciera de las suyas al enemigo que tanto atormentó a Acfred Samay. Los tipos fornidos se aproximaron a una de las cuatro puertas posicionadas en las paredes y salieron de ellas. Su jefe prefirió aguantar un poco más de tiempo, hasta que ya sintiera que aquellos zapatos le pisaran los talones. Llegó el momento oportuno, y aquel hombre dio media vuelta para después avanzar a la puerta más cercana. La abrió, y detrás suyo escuchó dos manos que golpeaban contra el marco de la puerta, seguidamente el crujir de los tornillos oxidados, y en cuestión de una milésima de segundo, Lloyd Hale entra a la habitación.

La mujer se quedó inmóvil. Lo que se cuestionaba no era la presencia de Acfred Samay en ese punto, sino el cuerpo inerte de su mejor amiga yaciente en el suelo. Tenía dos opciones: correr tras su enemigo, el cual estaba vulnerable al no tener un aliado cerca o armas encima. O tomar a Elizabeth Baker y tratar de descifrar cuál fue la causa de muerte. Puede que la segunda opción ya no valiera tanta la pena, tal vez ya no exista vida alguna la cual pudiera lamentar.