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Las palabras de Nes me habían afectado, mis miedos por ella iban en aumento y me perturbaba la forma en que hablaba de su vida como si ya no existiera.

¿Quién mierda era el cabrón que le había infundado tanto miedo a mi esposa al punto de hacerla aceptar su propia muerte?

Esto no se iba a quedar así, no me iba a quedar de brazos cruzados mientras que a la mujer que amo la matan.

Así que esperé al lunes por la mañana cuando Nes y varios guardias se iban a llevar a los niños a la escuela y luego yo me reuní con el resto de los guardias que se habían quedado a cuidar el granero.

—Informes— ordené sosteniendo el arma en mi mano.

Ninguno se movió ni pestañó.

—¡Informes, quiero los malditos informes!— grité cabreado.

—Señor no encontramos nada— el guardia con los moretones en los ojos y la nariz partida fue el que habló.

—Me importa una mierda, quiero que alguno me diga en qué me estoy metiendo y como destruirlos— todos bajaron las cabezas. —¿Ninguno me dirá nada?— más silencio, esto parecía un cementerio por las noches.

—Señor no es que no querramos es que no encontramos nada malo, son simples empresarios, cabecillas de una gran fortuna—me respondió al fin uno de ellos

—Es obvio que tienen una gran fortuna, sino ya estarían bajo rejas— nadie dijo nada, todos en esta habitación debíamos estar bajo rejas y aún así no lo estábamos y nos sentíamos muy libres.

—Se trata de un negocio dirigido entre padre e hijo— habló otro

—¿Qué más?— volvieron a guardar silencio. —¿Quién es el más valiente de todos ustedes?— nadie pasó al frente y todos se miraron entre ellos. —Sigo esperando— dejé el arma sobre la mesa y todos la vieron con temor.

—Él— todos al mismo tiempo miraron de reojo a un chico nuevo que nunca había visto antes y que aparentaba ser más un bebé que un adulto.

—Tus amigos te eligieron como lel más valientes ¿Te consideras así?— él muchacho intercambió una mirada acusatoria con los demás.

Las manos le temblaban, su pecho subía y bajaba agitadamente y sus piernas estaban apretadas como si frunciera el culo del miedo.

—¿Sí, señor?— la respuesta fue más una pregunta pero aún así contó.

—Da un paso al frente, acercate a la mesa y coloca una mano sobre ella— volvió a intercambiar miradas con el resto del grupo.

—Pero...

—¿No eras el valiente?— se mordió los labios y sin más remedio hizo lo que le pedí. Su mano temblaba sobre la mesa de madera y todos me miraban atentos y en silencio.

Saqué una navaja de mi bolsillo y me acerqué al chico.

—Abre la mano y estira todo lo que puedas tus dedos, más estirados estén, menos probabilidades hay de que te haga daño— rosé el filo de la navaja con mis dedos y esperé pacientemente a que el chico saliera de su estado de shock.
—Apurate, no tengo todo el día— lo apresuré.

Estiró lo más que pudo los dedos y le acerqué la navaja a la mano

—Tienes un aumento "Por valiente"— la cara del chico fue digna de un retrado de Edvard Munch.
—Ahora busca información o tendrás un despido— me metí a la casa y un guardia vino detrás de mí con la cabeza gacha y mirándose los pies

—Señor su esposa...— me giré al notar que se quedó callado y lo miré.

—¿Qué hay con mi esposa?— el hombre se rascó el cuello y tomó aire antes de hablar.

AdonisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora