Capítulo 1

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Nunca pensé que mi primer día en el último año de instituto pudiera ir tan mal.

Llegué por la mañana, feliz, preguntándome con quién me asignarían en clase. Si me gustarían mis compañeros o si me tocarían los mismos del año pasado, si los profesores serían simpáticos... en fin, lo clásico. Lo que te preguntas cuando te diriges al instituto el primer día de curso.

Pero, no. Fue —y perdón por la expresión— una gran mierda.

De hecho, ahora mismo estoy sentada en el armario del conserje sollozando como una niña pequeña. Pero sollozando, eh, que parece que me están torturando.

El conserje entra en medio de mi crisis puntual y se me queda mirando sin ningún tipo de expresión. Es un hombre alto, delgaducho y con bigote espeso que contrasta cómicamente con su cabeza calva. He oído por ahí que le llaman señor Huevo. Diría que me da pena que lo traten mal, pero lo cierto es que él nos trata peor, así que me da igual.

—¿Qué haces? —pregunta, y me mira como si fuera a pegarle alguna enfermedad si lo toco.

—Llorar —le suelto, en medio de un llanto.

—Ya... mhm... mejor hazlo en otro sitio.

—¡Estoy en medio de una crisis!

—¡Estás delante de la fregona! ¿No hay más sitios o qué?

—¿Es que no tienes corazón?

Pone los ojos en blanco.

Cojo la fregona y se la paso. Él murmura algo sobre lo estúpidos adolescentes y me deja sola otra vez.

Supongo que te tengo un poco descontextualizado. Bueno, si esa palabra existe. Así que voy a contarte lo que ha pasado. Y lo que estás pensando uh, qué exagerada, en las primeras doscientas palabras del libro ya se ha puesto a llorar, que tonta, blablabla.

Bueno, siempre he sido un poco dramática. Mejor somos sinceros el uno con el otro.

Todo ha empezado esta mañana. Llegué al instituto con mi ropa favorita —ya hace clima de otoño, así que todo el mundo se viste como si no acabaran de terminar las vacaciones de verano— y me dirigí directamente a las listas de último año, situadas en el final del pasillo. Un enorme panel con tres papeles colgando, cada uno con sus respectivos nombres. Las tres clases de último año. Siempre separados según las asignaturas que hemos escogido. Como yo había evitado a toda costa cosas relacionadas con ejercicio y números, fui directamente a la zona de letras.

Y, como he dicho, no ha sido una buena mañana.

Horror.

No estaba en la clase de letras.

Miré las otras listas y casi me dio un infarto cuando vi mis asignaturas. Historia, literatura avanzada, latín avanzado, griego avanzado... y física.

¿Y francés? ¿Dónde puñetas está mi optativa?

He dicho puñetas. Iré al infierno.

Oh, Dios de las ciencias, ¿por qué me persigues?

Recuerdo perfectamente estar en casa haciendo la elección por preferencia de las asignaturas optativas, cuando Melanie, mi mejor amiga, sonrió y puso, medio en broma, física como mi segunda opción, en caso de que no hubiera puestos suficientes en francés. ¿Por qué lo elegí? ¿POR QUÉ?

Ahora me esperaba un año más de estúpidas tablas periódicas y batas de laboratorio, por no hablar de experimentos que siempre terminaba haciendo explotar. Simplemente genial.

Cuando todo llegueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora