Hace ya media hora que estoy sentada en la entrada de casa de Madison, y aunque he llamado al timbre varias veces, nadie me ha contestado. Como no tengo su número, me toca esperar.
Sin embargo, de pronto aparece su hermano, Elliot, y se me queda mirando con curiosidad.
—¿Qué haces aquí?
—Esperar a tu hermana —intento ignorar su cara extrañada—. ¿Sabes si va a venir dentro de poco? Hace media hora que estoy aquí sentada.
—Si está a punto de nevar —frunce el ceño—. Espérala dentro.
Se mete las manos en los bolsillos, buscando las llaves. Aprovecho para ponerme de pie. Tengo todo el cuerpo entumecido por el frío.
—Gracias por traerme el móvil el otro día, por cierto —le digo, algo incómoda.
—No hay de qué —me sonríe rápidamente y abre la puerta.
Creo que la sorpresa es de ambos cuando vemos a Madison inclinada en el espejo de la entrada, retocándose el maquillaje.
—¿Has estado aquí todo el rato? —pregunto, anonadada.
—Sí —sonríe.
—¿Y por qué no me has abierto la puerta? ¡Me estaba congelando!
—Era tu castigo por llevar eso —señaló mi ropa—. En serio, ¿cómo puedes salir así a la calle? ¿No tienes vergüenza?
—¡Lo mismo podría preguntarte! —digo, señalando su escote.
—Sígueme —me ignora.
Su hermano me da una palmadita en la espalda y se dirige a la cocina, mientras yo subo las escaleras detrás de Madison. Nunca he estado en la parte de arriba, pero no me sorprende que solo su pasillo sea más grande que mi habitación. Se detiene delante de la última puerta, la que tiene un espejo en forma de corazón colgado, y la abre.
—Wow.
Su habitación es inmensa, y está sorprendentemente ordenada. Mucho más que la mía. Hay una pequeña plataforma con una cama de matrimonio blanca, dos armarios gigantes con varios espejos de cuerpo entero, una mesa con otro espejo y maquillaje encima, una alfombra rosa en la que no me importaría dormir, y un enorme ventanal con cortinas blancas.
—Si babeas, que no sea en la alfombra —me dice—. Es de piel sintética.
Cierra la puerta y se dirige directamente a su armario, que está perfectamente organizado. Me siento fuera de lugar. Ella con su melena platina larga y lacia, con un vestido negro y unos tacones, y yo con mi abrigo enorme, mis botas viejas y mi pelo atado en un moño.
Como no sé qué hacer con mi existencia, me paseo por la habitación y me percato del detalle de que no tiene ninguna foto, ni siquiera pósters. Lo que sí tiene son diversos libros. Aunque no me gusta prejuzgar a la gente, admito que me sorprende bastante.
—No toques nada —me dice, sorprendentemente cerca—. Y ponte esto rápido.
Me tiende un pequeño montón de ropa perfectamente planchada y la tomo.
—Eh... verás, yo estoy cómoda con lo que llevo...
—Aquí —se señala—. Mando yo. Ponte eso.
—Bueno, tranquila...
Me meto en el cuarto de baño, que esta justo al lado, y me doy cuenta de que tiene una puñetera bañera de hidromasaje. ¿Qué he hecho mal en esta vida para no tener una de esas?
Para mi asombro, la ropa que me da me sienta bien, y eso que soy más baja que ella, y también más huesuda. Es una simple blusa blanca, unos pantalones cortos negros y unas medias oscuras. Como no me ha dado nada más, me vuelvo a poner mis botas y debo admitir que me veo incluso guapa.
ESTÁS LEYENDO
Cuando todo llegue
RomanceTodos odiamos el instituto, eso es un hecho. Pero cuando te llamas Katherine Crawford todo es peor, mucho peor. Si alguien me hubiera dicho que mi primer día en último año iba a ser así de malo, me habría quedado en casa durmiendo. Pero no, como soy...