Capítulo 23

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Mientras el profesor Anderson habla enérgicamente de una de las estatuas del museo en el que estamos —y todas las chicas escuchan embelesadas, aunque dudo que sea por la estatua—, yo me quedo al margen con Madison y Elliot. Ella tiene los auriculares metidos por debajo de la camisa y los tapa con el pelo, por lo que no se está dando cuenta de nada.

—Se lo merecen —me dice—. ¿Quienes se creen que son para hacerme levantarme a las siete de la mañana? ¡Vergüenza de debería darles!

—Pero si cada día nos levantamos a las siete —le digo, confusa—. Ya sabes, para ir al instituto.

—No intentes razonar con ella —me aconseja Elliot—. Yo dejé de intentarlo hace muchos años.

Madison le saca el dedo corazón y empieza a dormitarse de pie, escuchando su música. Mientras, yo miro de reojo al otro lado de la sala, donde pillo a David mirándome también de reojo. Finjo que solo estaba observando la escultura que hay a su espalda y vuelvo a centrarme en el profesor.

—¿Qué te pasa? —me pregunta Elliot, para mi sorpresa.

—¿Por qué sabes que me pasa algo? —frunzo el ceño.

—Tampoco hace falta ser un genio.

Me callo un momento, pensando bien las palabras que voy a utilizar.

—¿Puedo contarte algo sin que se lo cuentes a nadie?

—Claro.

—Bueno —respiro hondo—. Me siento muy culpable.

—¿Por qué?

—Por... mhm... —no sé cómo explicarlo sin que la conversación se vuelva incómoda—. David tiene novia y yo...

—¿...te lo has tirado?

Últimamente me he dado cuenta de que Elliot no habla mucho y deja bastante complicado el hecho de adivinar lo que está pensando, pero se da cuenta de todo.

—¡No, claro que no! Solo lo besé. Bueno, técnicamente él me besó a mí.

—Pero si solo es un beso —se encoge de hombros—. Eso no es nada.

—¿A ti no te molestaría que tu novia fuera besándose con otros chicos?

—Cuando tenga novia te lo digo.

Pongo los ojos en blanco.

—La cosa es que me siento mal —continúo—. Claire vino ayer a sentarse conmigo para que le dijera si tenemos algo o no, porque no quiere entrometerse entre nosotros. Es un cielo y yo he hecho que le sean infiel. Soy una persona horrible.

Elliot se queda pensativo unos segundos.

—¿Y por qué no le dijiste que sí tenéis algo?

—Porque no lo tenemos. Además, en caso de que lo tuviéramos, no sería yo la que tendría que decírselo, sino David, que para algo es su novio.

Él no dice nada, es decir, que me da la razón.

—Pues olvídate de él —concluye—. Será por peces en el mar.

—No es tan fácil —puntualizo.

—Créeme, lo es.

—¿Y cómo se hace eso?

Él se mete una mano en el bolsillo y lo piensa un segundo. El pelo rubio platino —como el de su hermana, pero más corto—, le cae delante de los ojos y se lo quita distraídamente.

—Dicen que un clavo saca otro clavo, pero no sé hasta qué punto eso es cierto —me dice, finalmente.

—No, definitivamente eso no —miro a los chicos que hay a mi alrededor—. Todos los chicos son estúpidos.

Cuando todo llegueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora