—Lo siento mucho, David.
Él se me queda mirando, sorprendido. Yo estoy intentando imitar la cara que Melanie me pone para darme pena, pero no creo que tenga el mismo efecto.
—¿Por qué? —pregunta, confuso.
—Anoche te llamé idiota —digo, a lo que parece más confundido—. Bueno, en realidad, insulté a todos los hombres del mundo. Tú estás en ese grupo. Pero eres el único que se ha portado bien conmigo últimamente. Incluso mi padre se ríe de mí a veces. Pues eso, que lo siento.
Él parpadea, sin decir nada.
—Um... te perdono.
—Gracias —sonrío—. Ya puedo ir a clase.
Él me sigue en silencio. Supongo que debe estar sorprendido, yo tampoco me esperaría que una loca me viniera a primera hora de la mañana a decir tonterías.
—Bonitos pantalones —me dice, sonriendo.
Me miro a mí misma. Llevo unos vaqueros rotos por todas partes con medias debajo. Tal y como me gustan.
—Son preciosos —respondo, a la defensiva.
—No te he dicho que no. Pero me parece un poco extraño que un día vengas con un vestido rosa y al día siguiente con vaqueros rotos y una chaqueta de cuero.
—Mi ropa define el estado de ánimo que tengo —me encojo de hombros.
—¿Debería preocuparme? Vas muy negra.
—El negro es alegría —le digo, sentándome en nuestro lugar, ya en el aula.
—¿Y a qué color va la tristeza?
Lo considero un momento.
—Azul, tristeza. Rojo, enfado. Amarillo, asco.
—¿Asco?
—Odio el amarillo.
Se me queda mirando un momento.
—Mira que eres rara.
—Suelen decírmelo.
La clase se queda en silencio cuando entra el profesor. O parcialmente en silencio, mejor dicho, porque es difícil callar a toda una clase. Menos mal que es el señor Anders. Y no, no lo digo por cómo se ve, que se ve muy bien —es el profesor más joven que he tenido, con apenas 26 años—, sino porque es el que mejor me cae. Es muy bueno con todo el mundo, suele tener mucha paciencia con todos y no favorece a los del equipo de baloncesto como los demás profesores.
Y que es guapísimo. Eso también cuenta.
—Buenos días, chicos —saluda, alegremente.
Los chicos siguen a lo suyo, mientras que todas las chicas a la vez responden, yo incluida. David empieza a reírse de mí.
—¿Qué? Es muy guapo.
—No es tu profesor más guapo —y se señala a sí mismo, haciéndome reír.
La clase transcurre aburrida de todas formas, y me quedo adormilada sin darme cuenta, como suele pasarme. No me despierto hasta que David me clava el codo en las costillas. Abro los ojos de golpe y me encuentro con la mirada del profesor. Por su cara, deduzco que acabo de hacerme una pregunta.
—¿Qué? —pregunto estúpidamente, y una risita empieza a recorrer la clase.
—He preguntado si sabe cuáles son los filósofos de la Escuela Jónica.
¿La escuela qué?
Me quedo en silencio un momento, sopesando las respuestas. Es decir, ninguna. No tengo ni idea de lo que habla. Justo cuando David se inclina hacia mí para decírmelo en voz baja, se escucha una voz chillona desde el otro lado del aula.
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Cuando todo llegue
RomanceTodos odiamos el instituto, eso es un hecho. Pero cuando te llamas Katherine Crawford todo es peor, mucho peor. Si alguien me hubiera dicho que mi primer día en último año iba a ser así de malo, me habría quedado en casa durmiendo. Pero no, como soy...