Capítulo 32

13.9K 2.4K 1.4K
                                    

—Más te vale que sea importante, estos dos están a punto de darle al tema.

—¿Sean?

—¿Ajá? —me pregunta al otro lado de la línea, con la boca probablemente llena de palomitas.

—¿Estás ocupado?

—Depende. ¿Ver Pretty Woman un sábado por la noche por enésima vez cuenta como ocupado?

—Tengo una emergencia —le digo.

—¿De qué tipo? —pregunta, más interesado.

—Alarma roja, Sean —replico—. ¡Céntrate!

—Alarma roja —repite, y dejo de escuchar voces de fondo, probablemente ha pausado la película—. ¿A qué te refieres?

—Yo... he besado a Elliot. En la boca.

—¿QUÉ?

Doy un salto del susto, haciendo que casi se me salga el móvil volando.

—¡NO ME LO CREO! ¡QUÉ FUERTE! —empieza, entusiasmado—. ¿Y qué más? ¡Quiero detalles! ¿Cómo ha reaccionado?

—¡No lo sé, he salido corriendo antes de verlo!

—¿Que has hecho qué? —pregunta él, eliminando su entusiasmo.

—¡Lo he hecho sin pensar, y ahora mismo solo quiero desaparecer!

—¿Y se puede saber qué haces ahora si no estás con ese bombón de licor?

—¡Pues me he encerrado en mi habitación! ¡Me quiero morir, Sean!

—¿Que te quieres morir? Pero, ¿tú has visto a qué pedazo de semental acabas de comerle la boca?

—No ayudas —replico, poniendo los ojos en blanco.

—Bueno, ¿sigue ahí?

Asomo la cabeza lentamente por la ventana.

—No está su coche. Bueno, sí está, pero en su casa.

—Pues persíguelo.

—¡No pienso hacer eso!

—Pero, ¿qué demonios quieres hacer entonces?

—¡No lo sé! ¿Por qué lo he besado? ¡Me quiero morir!

Me dejo caer en la cama en plan dramático y suspiro largamente. Al otro lado de la línea, Sean ha vuelto a comer palomitas.

—Tal y como yo lo veo, vas a tener que enfrentarte a él de una forma u otra tarde o temprano. No alargues lo inevitable —añade con la boca llena de comida.

—¡Es muy fácil decirlo cuando no eres tú el implicado!

—Perdona, querida, pero si yo supiera que tengo la más mínima posibilidad con ese chico le habría hecho de todo hace ya tiempo.

Sin poder evitarlo, me echo a reír de manera casi histérica.

—¿Crees que me dirá algo?

—Díselo tú. Eres una mujer fuerte e independiente.

—¿Y qué le digo?

—¿Y yo qué sé? ¡Eres tú la que está en la situación!

—¡Pero te he llamado para pedirte consejo, Sean!

—¡Te he dado mis consejos y no me has hecho ni caso!

De pronto, escucho que llaman a la puerta de mi habitación. Me quedo de piedra.

Cuando todo llegueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora