Capítulo 33

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—¿Katherine?

Dejo de rebuscar algo de comer en la nevera y miro por encima del hombro a mi madre, que está leyendo un libro con el ceño fruncido.

—¿Qué? —le pregunto, agarrando el brick de zumo de manzana. Me lo llevo a los labios y le doy un trago. Ella me pone mala cara.

—No hagas eso. Es asqueroso y de muy mal gusto.

—Si a nadie más le gusta.

Levanta una ceja y yo dejo el brick de zumo en la nevera de nuevo. En su lugar, voy a la despensa y me escondo un paquete de galletas de chocolate bajo el brazo.

—Bueno, ¿qué querías? —le pregunto, acercándome.

—Siéntate.

Oh, oh.

—Mamá, estamos en vacaciones de Pascua —frunzo el ceño—. No he suspendido nada.

—No es eso. Siéntate.

Obedezco, como si me estuviera sentando en la silla eléctrica de una prisión. Ella cierra el libro y me mira, entrelazando los dedos.

—Últimamente... —empieza, pensativa— concretamente estos meses, he visto que ya no te ves tanto con ese tal David con el que salías.

—No nos hablamos —le digo, frunciendo el ceño—. Mamá, cortamos hace casi cinco meses,¿a qué viene ahora eso?

—A nada —niega con la cabeza—. Y ahora tienes un nuevo novio...

—Elliot, sí —me impaciento. No me gusta hablar con esto de ella—. ¿Cómo lo sabes?

—Hace ya unos dos meses que viene a buscarte casi todos los días, ¿crees que estoy ciega?

—Es decir, que me espías por la ventana cuando salgo de casa.

—Eres mi hija, tengo derecho a espiarte —me dice, frunciendo el ceño—. A lo que quería llegar, es a que... mhm... ya sois mayores.

—Ajá —entrecierro los ojos.

—Cuando llegas a cierta edad... eh... crees que ya lo sabes todo y tienes ansias de probar nuevas... cosas —se aclara la garganta, claramente incómoda.

Justo en ese momento entra mi hermano rascándose el trasero y bostezando. Va a la nevera ignorándonos completamente y empieza a rebuscar algo de comer mientras nosotras hablamos.

—No sé si entiendes a dónde quiero llegar —me insiste ella.

—No... —frunzo el ceño y entonces se me ilumina la mente—. No, espera, yo no...

—Sé que es incómodo hablar de esto, pero...

—Mamá, ¡casi tengo dieciocho años! ¿No crees que soy un poco mayor para eso?

—¡Eres solo una niña, tienes que usar protección!

—Vale, no quiero hablar de esto —me pongo de pie y ella me imita.

—¡Siéntate, señorita!

—¡No es justo! ¡Tyler mira porno cuando cree que no hay nadie en casa y nadie le dice nada! ¡Y tiene solo trece años!

—¡Oye! —él se pone rojo como un tomate—. ¡Serás chivata!

—Tú te chivaste el otro día de que salí por la noche, microbio, te la debía.

—¡Eres una vieja rencorosa!

—¡Y tú un enano embustero!

—¡Basta! —mi madre se empieza a desesperar.

Cuando todo llegueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora