¿He mencionado que tengo un perro?
En realidad, es una hembra. Se llama Pecas —no preguntes por qué, es toda marrón—, aunque para mí es Poochie-poo. Sí, empecé a llamarla así cuando llegó, pequeñita como una pelota de tenis, y aunque ahora pesa veinte kilos más, sigo llamándola así. De hecho, me hace más caso cuando la llamo así que cuando la llamo por su nombre.
Por eso, al abrir la puerta, no me sorprende que venga hacia mí y empiece a llorar de felicidad. Creo que es la única de la casa que se alegra de verme cuando llego.
Después de casi cinco minutos de mimitos, dejo mis cosas en la entrada y llego al salón. Veo a mi madre sentada en la mesa de la cocina con unos papeles delante. Al oírme llegar, levanta la cabeza.
—No has venido a comer —me dice, simplemente.
—Buena observación.
Intento pasar por su lado, pero escucho su silla arrastrándose. Genial. Me detengo y la miro. Se ha puesto de pie en postura de madre-preocupada-por-su-hija-irresponsable-osea-yo.
—¿Dónde has estado?
—Por ahí.
—Eso no es una respuesta.
—Es una respuesta, que no sea válida es otro tema.
Ella suspira y señala la silla que hay junto a la que ella ocupaba.
—Siéntate.
—Tengo...
—Siéntate, Katherine.
Uh, odio cuando se pone así.
Suspirando notablemente, paso por su lado y me siento donde me indica. Ella hace lo propio y entrelaza las manos, mirándome como si acabara de matar a la perra, que está sentada junto a nosotras, ajena a la situación.
—¿Cómo te van las clases extras? —pregunta.
Toma su taza de té y le da un sorbito. Siempre he odiado el té que toma. Es horrible, y su olor es peor aún.
—Bien.
—¿Puedes no contestarme con una palabra por una vez en tu vida? —me pregunta.
—Tengo deberes —protesto.
—¿Crees que te están ayudando a mejorar las notas?
—Supongo.
Me mira con mala cara.
—Supongo, mamá —cuando veo que sigue con mala cara, levanto las manos—. Eso han sido dos palabras.
—¿Sabes? Odio que seas así.
—¿Una adolescente amargada, irresponsable, que no te da nada más que disgustos? —pregunto, sonriendo.
—Esas palabras no han salido de mi boca.
—No, porque prefieres mantenerlas en tu cabeza.
Ella toma un largo sorbo del té, se pone de pie y deja la taza en la encimera. Lleva su camisa blanca y sus vaqueros perfectamente planchados, a parte de ese peinado que hace unos diez años que no se cambia. Tiene mirada severa. Me mira con mala cara. Quizá si no estuviera tan acostumbrada a ella me impresionaría y todo.
—¿No vas a contarme nada? —me pregunta, cruzándose de brazos.
—No hay nada que contar.
Me pongo de pie, paso por su lado y empiezo a subir las escaleras.
—Katherine Alissa Crawford —su voz retumba en casa, haciendo que me detenga.
—Estabais realmente aburridos papá y tú para escoger ese nombre, ¿no?
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Cuando todo llegue
RomanceTodos odiamos el instituto, eso es un hecho. Pero cuando te llamas Katherine Crawford todo es peor, mucho peor. Si alguien me hubiera dicho que mi primer día en último año iba a ser así de malo, me habría quedado en casa durmiendo. Pero no, como soy...