Capítulo 19

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Apenas he dado un paso en la habitación, cuando algo me roza la pierna. Estoy a punto de sacudirlo, menos mal que me doy cuenta a tiempo de que es la pequeña Emily.

—¿Qué haces? —me pregunta, con los ojos entrecerrados.

Del susto vuelvo a cerrar la puerta de la habitación y me quedo en el pasillo con ella, que sonríe malévola.

—N-nada... eh...

—¿Ibas a ver a David? —pregunta ella, ampliando su sonrisa.

A ver, ¿cuántos años tiene? ¿Once? ¿A esa edad ya saben cosas pervertidas?

—¿Y tú qué haces despierta? —le pregunto, a la defensiva.

—No podía dormirme —me dice, olvidándose por completo del tema anterior—. ¿Puedo dormir contigo?

—Emily, no sé...

—Si no, puedo ir a decir a David que ibas a meterte en su habitación...

—Está bien —le digo rápidamente.

Así que no sé cómo, pero termino observando el techo mientras Emily se mueve de un lado a otro en la cama, sin dejar de darme patadas. Miro la puerta de la habitación, suspirando, y vuelvo a centrarme en intentar dormir un poco.

Cuando abro los ojos de nuevo, ya es de día.

O más debería decir que me obligan a abrir los ojos.

Lo primero que noto es algo húmedo en mi cara. Doy un salto en la cama y suelto un grito ahogado, poniéndome en posición de ataque. Entonces, escucho una risita y miro, desorientada, a mi alrededor. David y Emily están de pie a mi lado, Emily con un vaso de agua fría.

—Ya estamos en paz —me dice David muy serio—. Y, por cierto, han abierto las carreteras. Hay clases.

Miro la hora. Falta una hora para empezar. Me froto los ojos y me dejo las mangas del pijama empapadas.

¿He mencionado que soy de las que se despiertan de mal humor?

—Pero, ¿QUÉ OS PASA POR LA CABEZA?

David y Emily se miran y vuelven a reírse de mí. Yo, de mal humor, agarro una almohada y se la tiro a la cabeza a David, que la esquiva con tanta facilidad que me hace cabrearme aún más.

—¡PODRÍA DARME UN INFARTO, O UNA HIPOTERMIA!

—Ala, exagerada, era agua del grifo.

—¡ME IMPORTA UN BLEDO!

Me pongo de pie y, con la almohada en la mano, empiezo a perseguirlos. Emily se va corriendo y riendo por el pasillo. David se queda un rato más riéndose de mí y después se marcha. Cuando por fin estoy sola, cierro la puerta de nuevo y me miro a mí misma. Voy hecha un cuadro.

—¿Katherine? —pregunta suavemente al otro lado de la puerta.

Voy enseguida a abrirle la puerta. Ella me mira de arriba a abajo y se gira con una mirada severa hasta sus dos hijos, que nos miran con precaución desde las escaleras, como si estuvieran a punto de volver a salir corriendo.

—Ya me encargaré de ellos —me dice, negando con la cabeza—. Te he lavado la ropa, toma —la agarro y ella vuelve a girarse hacia ellos, con expresión severa—. Bambini, venite qui!

No sé qué ha dicho, pero yo vuelvo a cerrar la puerta de la habitación y me dedico a vestirme. Solo entonces me doy cuenta de que, de alguna forma, David y yo hemos hecho las paces. Aunque sigo siendo la peor persona del mundo.

Una hora más tarde, he desayunado —de mal humor—, Bianca nos ha hecho la merienda a David y a mí y la he aceptado —de mal humor—, y ya estoy sentada en el coche con David —de mal humor—. A medida que nos adentramos más en la ciudad, vemos a más gente en los jardines de sus casas, quitando toda la nieve que pueden.

Cuando todo llegueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora