Mientras salimos del instituto, estoy sujetando las rosquillas y los refrescos que nos ha regalado en señor Anderson hace unos minutos como recompensa por haber ido voluntariamente a hacer las camisetas. Cuando ya estamos en el coche, empiezo a zamparme la mía —que tiene chocolate fundido encima— y David me mira con una sonrisa divertida.
—¿Qué? —pregunto, con la boca llena.
—Tienes chocolate.
—¿Dónde?
—En toda la cara, básicamente.
Mientras me limpio la cara, él conduce hasta el centro comercial, que no está muy lejos del instituto. Como todavía es temprano, no hay mucha gente.
—¿A qué tienda tenemos que ir exactamente? —pregunto mientras recorremos el primer pasillo.
—A una que se llama Naga o algo así —me dice—. ¿Tienes que ir a algún otro lado?
—Teniendo en cuenta que no llevo mucho dinero, no.
—Podemos robarlo.
—Puedes intentarlo, pero si nos pillan diré que ha sido idea tuya.
—¿Me venderías de esa manera? —pregunta, divertido.
—Si mi madre llega a enterarse de que intento hacer algo mínimamente malvado, me encierra en el sótano de por vida. Y huele a humedad.
—A mí me gustaría ver eso. Hazte un tatuaje o algo así.
—Qué gracioso.
Me detengo de golpe y él me mira, imitándome.
—¿Qué?
—¿Cuánto vale?
—¿Un tatuaje? —abre los ojos de par en par—. Mira...
—No, eso no —sonrío ampliamente—. Un piercing.
Me mira unos segundos, y después se echa a reír a carcajadas, a lo que me empiezo a irritarme.
—¿Un piercing? No lo sé, depende de dónde sea, supongo. ¿Eres consciente de que el proceso conlleva que te claven una aguja?
—Nunca me han dado miedo —lo agarro de la muñeca y tiro de él hacia donde recuerdo que Melanie se hizo los agujeros de los pendientes.
—Pero, si tu madre lo ve...
—No lo verá —sonrío ampliamente.
Cuando llegamos a la única tienda de piercings y tatuajes que hay en toda la ciudad, o al menos relativamente cerca de nuestras casas, noto un nudo de emoción en el estómago.
—¿Estás segura de esto? —me pregunta él.
—Completamente.
—Si tú quieres, entonces, vamos.
Entramos en la tienda y un señor lleno de tatuajes, bastante simpático, nos atiende. Tras hacerme firmar unas cuantas cosas, nos lleva a una salita que hay justo al lado. Me tumbo en una camilla y él empieza a limpiarse las manos y a ponerse guantes. David me está mirando con una sonrisa.
—Ya es tarde para echarse atrás —me dice.
—No me pongas nerviosa.
—¿Nerviosa? ¿Por qué? ¿Porque una aguja está a punto de hacerte un agujero en la piel?
—Cállate —le digo con mala cara, a lo que el de la tienda empieza a reírse.
Cuando vuelve a acercarse, le dedico una mirada significativa a David, que se da la vuelta, pero sigue mirando disimuladamente.
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Cuando todo llegue
RomanceTodos odiamos el instituto, eso es un hecho. Pero cuando te llamas Katherine Crawford todo es peor, mucho peor. Si alguien me hubiera dicho que mi primer día en último año iba a ser así de malo, me habría quedado en casa durmiendo. Pero no, como soy...