Capítulo 21

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David me está hablando sobre las obras arquitectónicas del Renacimiento, pero yo solo soy capaz de mirar sus labios moviéndose, mientras lee rápidamente la hoja. No me había fijado nunca, pero tiene labios bonitos. Parecen suaves. De hecho, lo estaban. Recuerdo vagamente el beso de la fiesta, hace dos semanas, y frunzo el ceño.

Desde entonces apenas hemos hablado de algo que no sea nuestras clases extras, y él se limita a explicarme las cosas como si no hubiera pasado nada, pero al terminar de hablar de eso la conversación se hace incómoda y cada uno desea irse corriendo por su lado.

Es decir, yo al armario del conserje, que está amargado de mí, y él a los brazos de Claire.

—¿Me estás escuchando?

Doy un respingo cuando me mira directamente, con el ceño fruncido.

—Eh...

—Lo que he dicho ahora era importante, Kate —me dice, muy serio—. Saldrá en el examen de diciembre, tienes que sabértelo muy bien...

Intenta volver a explicar, pero escuchamos a los demás recogiendo sus cosas y nos acordamos de que la clase tiene final. Veo a Melanie al otro lado de la clase, que no deja de mirarnos de reojo, para ir corriendo a informar a April de cualquier cosa que haga o deje de hacer.

—Repásalo —me dice David—. Mañana te lo preguntaré.

—Sí, papá —murmuro, incoscientemente.

En otra ocasión, él se habría reído, pero ahora solo se me queda mirando, sorprendido. Me pongo roja como un tomate cuando me doy cuenta.

—Eh... quiero decir... —oh, genial, me he quedado sin palabras—. Tengo que irme a... eh... adiós.

Doy la vuelta y salgo del aula con paso apresurado.

Acabo de enterrarme de por vida en la friendzone.

Cuando paso por delante del conserje, entrecierra los ojos hacia mí.

—Si te vuelvo a ver por mi armario... —empieza, señalándome con un dedo acusador.

—...me tragaré la fregona, sí, me acuerdo —le digo, deteniéndome. Él pone los ojos en blanco. Debe estar harto de que le cuente mi vida—. Oye, si tuvieras cuarenta años menos, ¿me pondrías en la friendzone?

—¿Cuántos años crees que tengo, mocosa? —me pregunta, hosco.

—¿50, 60?

—Tengo 41 —frunce el ceño.

—Puñetas, pues cómprate una crema hidratante o algo porque...

Él empieza a levantar la fregona de manera amenazadora, así que empiezo a correr hacia la salida antes de llevarme un fregonazo, si es que eso existe.

Madison, como prometió, está fuera esperando con su hermano, que ya se ha convertido oficialmente en nuestro chófer oficial. Al menos, es mejor que su conductor coreano, James, que parece un robot programado para no mirarnos ni hablarnos.

—Ya era hora —protesta Madison, entrando en el coche.

—¡Yo no tengo la culpa de que me apunten a clases de repaso!

Subo a la parte de atrás y Elliot me sonríe.

—No le hagas caso, un chico la ha rechazado y está de mal humor.

—¡No me ha rechazado! —le espeta bruscamente Madison, alterada.

—Si eso no es rechazar, hermanita...

—¿Te han rechazado? —pregunto, curiosa, asomando la cabeza entre ambos asientos.

—No —me dice, y luego frunce el ceño—. Solo... me ha dicho que no quería verme más.

Cuando todo llegueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora