Narra Ramiro

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Entre Juan Cruz y yo, cálculo que medio Buenos Aires de nuestra edad y más grande sucumbió. Recuerdo el reto de una chica por cada día del año. Tenía que llevar una lista conmigo a todos lados porque perdía la cuenta muy fácil si a fin de la noche apenas me sostenía con un par de copas de más. No recuerdo como volvíamos a casa, Juan Cruz tampoco, pero sé que volvíamos.

Me llevaba una buena de mi madre cada vez que llegaba borracho, y mis hermanos mayores me miraban desaprobadoramente. Si mama supiera que eran unos porreros drogadictos no los miraría como santos. Yo ni siquiera fumaba dentro de la casa y ellos se drogaban en la cocina cuando invitaban gente, justo cuando mama no estaba en casa.

Por otro lado con mi hermanita me llevaba genial. Los días de la semana antes de ir a la escuela yo le trenzaba el pelo y le hacía dos moños. Luego la llevaba a la escuela primaria. Era un amor. A veces la iba a buscar después de la escuela y Lio me acompañaba. El siempre llevaba caramelos o algo en su mochila así que cada vez que veía a Anni le daba caramelos. Mi hermana no tardo en enamorarse de Lionel. Yo lo fusilaba con la mirada y el se reía nervioso y me recordaba que tenia novia. Como si eso me hubiese parado a mi alguna vez, claro. Teníamos ciertos códigos de amigos como no meterse con hermanos/hermanas de los amigos, ni las novias, ni dejar nunca a uno tirado cuando no pueda volver a casa borracho. Aun así era mi hermanita y les cortaría los dedos antes.

Con Juan Cruz teníamos códigos de piratas, una serie de arreglos para no meternos en líos: No quedarse a dormir en la casa de ninguna chica, no ilusionar a las posibles locas psicópatas, no desperdiciar nunca una botella con alcohol, no perder nunca oportunidad para salir, etc.

La Historia que nunca ocurrióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora