Prólogo

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Mi nombre es ____ Watson, tengo veinticinco años y soy de Londres. Mido un metro setenta y cinco, mi pelo es largo, rubio platino con ondulaciones y mis ojos son grises como la ceniza. De pequeña siempre he tenido una vida bastante buena y con unos padres maravillosos, pero ya no están conmigo y no hay nada que me ate a esta ciudad. Ellos murieron a manos de unos asaltantes cuando tan sólo tenía quince años y tuve que apañarme sola y buscarme la vida como podía porque, por desgracia, no tenía más familia viviendo cerca ni amigos y tampoco quise que me llevaran los servicios sociales. Sinceramente, no he tenido una buena experiencia. Lo he pasado muy mal durante mi adolescencia y parte de mi edad adulta.

El día en que murieron mis padres fue justamente el día de mi cumpleaños, cuando cumplí los quince. Mis padres y yo estábamos celebrándolo en el salón de mi casa. Mi madre había hecho una tarta espectacular y mi padre estaba colocando los decorados por toda la estancia, cuando tres hombres enmascarados irrumpieron en mi casa. Uno de ellos, el que parecía ser el jefe, apuntó a mi padre con una pistola y los otros dos lo ataron a una silla. Mi madre era policía e intentó negociar con ellos, pero no resultó. Por lo que entendí, mi padre pidió prestado dinero a una mafia sin que mi madre lo supiera y habían entrado en mi casa para recuperarlo. Nunca supe para qué hizo eso mi padre, pero la cosa no quedó ahí. Antes de rebuscar por toda la casa para encontrar el dinero, uno de ellos se acercó a mi madre y la tiró al suelo. Pensé que la iba a matar, pero lo que hizo me dejó trastocada. Empezó a abusar de ella. Yo, presa del pánico, intenté salir corriendo hacia mi habitación para encerrarme ahí, pero el asaltante que quedaba me lo impidió y empezó a hacer conmigo lo mismo. Los dos abusaron de mi madre y de mí delante de mi padre, quien todavía estaba atado a la silla y el jefe lo seguía apuntando con la pistola, obligándolo a mirar. Al final me desmayé, pero cuando me desperté, lo que vi me hizo explotar en lágrimas, pero no pude gritar. Mis padres estaban muertos. Mi padre tenía dos disparos en el pecho y otro entre ceja y ceja, mientras que mi madre estaba abierta en canal con un charco inmenso de sangre rodeando su cuerpo. Para no seguir viendo eso, salí corriendo de mi casa y me fui lo más lejos posible. Intenté pedir ayuda, pero nadie me hacía caso, ni siquiera la policía.

Desde entonces, mis días han sido una auténtica mierda. Empecé robando comida de las tiendas, procurando que nadie me viera. Más tarde, me puse a pedir dinero en la calle esperando que algún alma caritativa se compadeciera por un instante de mí, pero pocas personas lo hacían. Por lo menos, ese escaso dinero me servía para comprar comida lo más barata posible y ni siquiera me llegaba para agua, entonces para no morirme de sed, muchas veces tenía que buscar fuentes cercanas y así poder beber. Por las noches, tenía que dormir en bancos o en el suelo tapada con cartones durante el invierno. En esas condiciones estuve hasta que cumplí la mayoría de edad.

Un día que yo seguía pidiendo dinero, dos chicas se pararon frente a mí y me observaron con bastante detenimiento. De vez en cuando se miraban entre ellas intercambiando pensamientos y sonrisas cómplices. Esas chicas vestían algo provocativas, pero tampoco llegaban a enseñar nada, y sus maquillajes eran bastante exagerados. Parecía que me querían ayudar y así fue, me invitaron a irme con ellas hasta una furgoneta negra con los cristales tintados de negro. De primeras no me fie, pero me parecieron simpáticas y además se comprometieron a ayudarme, por tanto, terminé por subirme a esa furgoneta.

Cuando la furgoneta frenó y me bajé, lo primero que resaltó a mi vista fue un edificio en medio de un polígono industrial con carteles de luces rosas de neón y enseguida lo entendí todo. Al principio estaba asustada, pero luego pensé en que siendo prostituta, por mucho que me diera asco y a pesar de ir en contra de mi voluntad, ganaría dinero rápido y podría irme de ahí. Así que, esas chicas me vieron como un blanco fácil para conseguir a otra señorita de compañía más en ese local.

Estuve ejerciendo ese maldito cargo desde los dieciocho años hasta la edad que tengo actualmente, veinticinco. Ya tenía el suficiente dinero para irme de ese sitio y vivir una vida nueva y diferente. Me escapé del prostíbulo, hice autoestop y una chica muy amable me acercó al aeropuerto. Una vez allí, fui a los aseos y me cambié de ropa, pues la que llevaba era demasiado llamativa, así como mi maquillaje, que también me quité. Al salir, compré el billete para el vuelo que salía primero y me subí. Mi nuevo destino sería Los Santos, USA.

Espina Clavada (Jack Conway y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora