Capítulo 6

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Después de haberme recitado todos los derechos y de confirmar que los he entendido, seguimos nuestro trayecto hacia el centro de Los Santos, concretamente hacia la comisaría, claro está. Ninguno de los dos es capaz de interrumpir este abrumador silencio que nos acompaña, pero de vez en cuando echo un vistazo hacia el espejo retrovisor y veo lo concentrado que está al volante. En algunas ocasiones, incluso me devuelve la mirada, pero enseguida la desvía hacia la carretera.

Me pregunto por qué no me ha quitado la máscara mientras estaba inconsciente. El DNI sí me lo ha quitado, pero la máscara no. ¿Por qué? ¿Habrá alguna razón por la que no lo haya hecho? Sin embargo, antes de entrar al patrulla, Horacio y Segismundo sí estaban sin máscara. ¿Debo preguntar? De todas maneras, tengo derecho a saberlo.

-¿Por qué no me ha quitado la máscara?- mi pregunta sale disparada. Su reacción es mirarme por el espejo con el ceño fruncido, como si le estuviera hablando en un idioma extraño para él.

-¿Te he dado permiso para hablar?- me responde con esa pregunta -Te recuerdo que tienes derecho a guardar silencio.

-Cuando se trata de mí, me da igual el silencio- le contesto de manera firme, pues me está cabreando muchísimo la manera tan fría con la que habla -¿Puede responderme, por favor?

Un suspiro frustrado se escapa de su boca y tarda unos cuantos segundos en contestar a mi pregunta. La curiosidad me puede, es más fuerte que yo y cada segundo que pasa, más me cuesta soportarlo. Si tanto le frustra tener que responderme a una puta pregunta, ¿por qué ha decidido hacerse cargo de mí?

-Me gusta interceptar a los delincuentes como tú directamente en mi oficina- es lo único que sale por sus gruesos labios.

El hecho de que me llame delincuente, es lo que peor me ha sentado, ya que me hace recordar a mi pasado, a todo lo que tuve que sufrir durante mi adolescencia para salvar mi vida. Un nudo se deposita en mi pecho, como si quisiera bloquear el aire que pasa por mis vías respiratorias para que no llegue a mis pulmones. Pero, que haya venido de él me sienta incluso peor. ¿Por qué? No lo sé ni yo misma. ¿Qué cojones es lo que me pasa con este hombre?

-No soy una delincuente- le espeto sintiendo la rabia amontonarse por toda mi anatomía.

-Es verdad, tienes toda la razón- me dice con ironía -Sólo has atracado una joyería, sería un error muy grave llamarte delincuente- mis manos se cierran en puños al escuchar esa contestación, ese tono irónico por su parte.

-¡Usted no tiene ni puta idea!- le grito al mismo tiempo que noto mis uñas clavarse en la piel de mis manos como si fuera el filo de un cuchillo. Y me duele, pero hago caso omiso a ese dolor. No es igual el dolor físico que el dolor psicológico, y este hombre acaba de volver a despertar en mí todo lo que sufrí durante años.

-¡Tranquila, nena!- me dice con sorna -¡Anda, vuelve a cerrar el pico!- ordena -No vaya a ser que tengamos un accidente por tu culpa.

¿Por mi culpa? ¿Encima por mi culpa? ¡Esto es increíble! Al final, opto por mantenerme en silencio porque como le conteste, se nos puede salir de las manos y no quiero tampoco que acabemos estrellándonos contra otro coche. Me jode muchísimo la forma tan despreciable con la que se dirige a la gente y también a mí, pero aun así, algo tiene que ha captado mi total atención y me toca las narices no saber qué es ni por qué.

El coche patrulla se detiene a una distancia cercana a una verja de hierro negra. El superintendente espera a que se abra y avanza hacia el interior de lo que parece ser la parte trasera de la comisaría. Cuando aparca y el motor deja de sonar, sale y abre mi puerta. Su mano se coge a mi brazo para ayudarme a bajar del coche, pues al tener las manos esposadas, no puedo hacerlo por mí misma. Me escolta hasta una pared y me quita las esposas.

Espina Clavada (Jack Conway y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora