.Capítulo 2.

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.PERDÓNEME PAPÁ.

Una vez explicado todo sobre el interrogatorio y las suposiciones de los comisairos, nos remontarnos al presente, el 14 de mayo, justo un año después de la muerte de mi hermano.

Conway puso una manta sobre los hombros del chico que parecía un vagabundo, sus ropas estaban manchadas y desgarradas, su pelo despeinado; en su pelo color rojo se veían las raíces color castaño, bajo sus ojos unas ojeras pronunciadas, sin nombrar todas las heridas que tenía en el cuerpo.

Conway se sentó delante de Horacio y le tendió una taza de café caliente, Horacio la tomo entre sus manos calentando un poco su cuerpo —. Horacio, estás... Aquí... —susurro consternado —. Casi me matas del susto pedazo de anormal, ¿Dónde...?

—Yo... —enmudecio cuando su voz se quebró —. Perdóneme... —sollozó observando los ojos del mayor, se veía arrepentido —. ¡Perdóneme papá! —exclamo en llanto dejando la taza en el suelo, Conway con ojos llorosos trago duro —. Le dejé solo, cuando más me necesitaba, se qué quería mucho a Gustabo, y yo... Me fui sin decir nada de manera egoísta... Joder yo... —Conway le abrazó de manera cariñosa, evitando que continuará la tortura emocional que el propio chico se hacía así mismo.

—Perder a mis tres hijos me dolió —aseguró con voz rota —. Pero me hubiera matado si hubiera perdido al único que me quedaba —susurro —. Me la suda tres pares de cojones si te has ido o no, si me has abandonado o te has perdido en tu vida, por qué ahora estás aquí, sano y salvo, a mi lado, en mis brazos.

—Perdóneme —lloro como un niño pequeño.

—Cállate coño, todo está bien —aseguro separándose del chico, Horacio asintió con un puchero limpiando sus lágrimas —. Me tienes que explicar mucho, Horacio —susurro el intendente serio, Horacio le miró incómodo —. Y a poder ser, me gustaría una explicación ahora.

Horacio tomo la taza de café entre sus manos y pego un leve sorbo, el café hirviendo bajo por la garganta quemandole por completo, el sabor amargo del café se quedó en sus papilas gustativas. Conway solía tener siempre un gusto por el café amargo, en cambio Horacio era de azucararlo de manera excesiva —. Me fui por qué lo necesitaba... O eso creía —le sonrió tristemente —. No podía entrar a la comisaría, a un simple bar o pasar por algunas calles, en toda la ciudad había un recuerdo distinto, un robo a la jollería, cuando Gustabo se cayó borracho por las escaleras del centro... Cada rincón gritaba el nombre de mi hermano... Cuando me desperté después de una horrible pesadilla, donde la muerte me señalaba, decidí llamar a... Un amigo... Este me aconsejó que me marchará por un tiempo, que me haría bien... —murmuro.

—¿Qué amigo? —inquirió.

—Pero solo me jodió más —ignoro la pregunta del mayor —. Primero me emborrachaba intentado disepar esos recuerdos que tanto daño me hacían, por un tiempo funcionó —admitió —. Más poco después dejo de hacerlo, entonces me drogue. Mentiría poniendo una excusa, más no la tengo, quería escapar de la realidad y lo conseguí, ¿Valió la pena? —se pregunto así mismo mirando al techo, segundos después bajo la mirada conectándola con la de Conway, sonrió levemente negando con la cabeza —. Realmente no. Me volví débil, me volví estúpido —aseguro con odio —. Pero algo bueno me llevo ese sufrimiento, cuando me subí a la cornisa y observé el vacío que estaba bajo mis pies recapacite... Si lo hacía estaba huyendo de un problema, uno grande, y eso era faltarme el respeto a mismo —le sonrió con tristeza —. Los problemas me los como —aseguro —. Y este no sería una excepción —la pequeña sonrisa llena de pena conmovió al dolorido corazón del intendente —. He decidido seguir con mi vida, ya no solo por mi, también por Gustabo.

—¿Qué vas ha hacer? —pregunto el intendente dejando la taza de café vacía sobre la mesa de café.

—Me gustaría volver al trabajo, claro, si usted quiere —dijo nervioso —. Me gustaría volver cuanto antes, para retomar de nuevo mi desastrosa vida, bueno, intentarlo.

—Horacio... ¿Seguro que...?

—Estaré bien —aseguró —. Lo que necesito ahora es distracción con urgencia, ¡Y volver al trabajo nunca viene mal!

Conway suspiro observando la mirada algo determinada de Horacio, no todo estaba pedido en él —. Si eso quieres perfecto, mañana puedes empezar, pero solo en la comisaría, para que te adaptes. No te esfuerces, si ves que no puedes te vas.

—Joder gracias —le sonrió de manera agradable, haciendo el amago de volverlo ha abrazar, más Conway se apartó.

—Las dos veces que lo hice fue por la emoción del momento, pero me niego a volver ha abrazarte —dijo con algo de asco sacando el ceño fruncido de Horacio —. ¿Cuánto llevas sin ducharte, cerdo? ¿Te volviste Otaku o como va la jodida cosa? —Horacio enrojeció avergonzado —. Si vas a vivir aquí, tendrás que ducharte, no me gusta eso de oler todo el rato a perro muero.

—¿Viviré aquí? —pregunto impresionado.

—¿Acaso tienes otro sitio donde quedarte? —pregunto, peor al ver la cara de Horacio asintió dándose la razón —. Además, me quedé con tu ropa por si volvías, está en la habitación de invitados, por dios ducharte de una puta vez.

Esa noche después de tanto, sentí la calidez de un ser querido abrazándome y regalándome de manera cariñosa.  

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Qué sad, ¡Me encanta! En el fondo papu le quiere.

—N.G.A

Ámame. VOLKACIO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora