Capítulo 11. Amigas de verdad

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Jacob me "dejó" quedarme en casa de Roxanne tras hablar con su madre

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Jacob me "dejó" quedarme en casa de Roxanne tras hablar con su madre. No sabía qué le habría dicho la profesora Porter, pero parecía que había obtenido las respuestas que necesitaba, así que en cuanto terminó la llamada y le di la dirección —algo que exigió saber— me fui a recoger mis cosas y bajé corriendo.

La puerta de la casa estaba abierta y pegado a la fachada se encontraba Jacob fumando, con una chaqueta de polipiel y forro de lana puesta.

—Hasta mañana. —Me despedí con una sonrisa, contenta de poder irme tranquila y segura de que esta vez iría mejor.

—Nada de hasta mañana, espérate un momento. Me fumo el cigarro y te llevo.

Abrí los ojos de par en par y por un momento me invadió el miedo de estar soñando como precedente a una pesadilla. Miré a mi alrededor, esperando el ataque de algún vampiro creado por mi subconsciente, pero pronto me di cuenta de que estaba haciendo el ridículo; así que miré de nuevo a mi amigo y lo miré con la cara regañada.

—¿En serio?

—Sí, no tienes problema con eso, ¿no? —dijo a la defensiva y supuse que era por el semblante que me había visto poner.

—No... claro que no. Lo que me sorprende es... que tú tampoco lo tengas.

—Ya, ya sé. Pero quiero ver a esas personas cara a cara y comprobar que estarás bien.

Lo miré fijamente mientras daba una última calada al cigarrillo y después sonreí, conmovida.

—Te preocupas mucho por mí.

—Claro que lo hago. No me gustaría que te pasase algo malo. Voy a tirar esto, ahora vuelvo y nos vamos.

Mientras entraba de nuevo en la casa yo me quedé quieta en mi sitio, con la sonrisa aún pintada en el rostro. Teniendo en cuenta cómo era Jacob podía considerar aquello como todo un logro.

Por un momento llegué a hacerme una pregunta que no terminé. ¿Y si...? El calor en mis mejillas en aquella fresca mañana me dijo que ya estaba ruborizada. Y, por supuesto, Jacob se dio cuenta.

—¿Qué te pasa? —inquirió mientras atravesaba el jardín, poniéndose un gorro de lana azul.

—Nada, ¿por qué?

—Tienes las mejillas rosadas. No estarás enferma, ¿verdad?

—¿Qué? ¡Claro que no! Será por el frío...

—No hace tanto frío.

—Oye, no todos aguantamos las mismas temperaturas.

Jacob hizo un sonido gutural con la boca cerrada que me hizo entender que me daba la razón y sentaba el tema.

Abrió el coche, nos subimos y cuando me puse el cinturón lo vi con las manos al volante y mirando la carretera.

—Vale... no puede ser tan difícil...

Morganville Chronicles #1 - La debilidad de ElliotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora