Justo cuando Lee Kyungsoo empezaba a aceptar sus extraordinarios poderes mágicos como demonio, el Concilio Prodigium se los arrebata. Ahora se encuentra solo, indefenso y a la merced de sus enemigas, las Brannick. O al menos así lo cree Kyungsoo, h...
Menos mal que ha funcionado —comentó Kai con una expresión de alivio en su rostro fantasmal. A diferencia de la de Elodie, su voz sonaba alta y clara y tan familiar que me partió el alma en dos. Me había quedado inmóvil, apoyado contra la puerta. A pesar de que su presencia era muy débil, pude ver cómo sonreía. —¿Lee? Hace un mes que no te veo. La verdad es que esperaba otro recibimiento. Algo tipo: «¡Oh, Kai, amor mío, fuego de mis entrañas, cómo he anhelado…!». —Estás muerto —dije llevándome una mano al estómago. Todo el buen humor se esfumó de la cara de Kai. —Un segundo —me pidió alzando las manos—. No estoy muerto. Te lo juro. —¿Qué diablos es todo esto entonces? —pregunté con el corazón a punto de salírseme por la boca. Kai rebuscó dentro de su camiseta y sacó avergonzado una especie de amuleto que colgaba de una cadena de plata. —Es una piedra parlante. Te permite aparecer frente a las personas en forma de holograma. Ya sabes: ayúdame Kyungsoo—Wan Kenobi, eres mi única esperanza. —¿Robaste esa cosa de Hécate también? Kai había recogido todo tipo de cachivaches de la bodega de Hécate Hall mientras estábamos allí castigados. —No —negó ofendido—. Lo encontré en… una tienda de cosas mágicas. Vale, tienes razón. Lo robé. Crucé la habitación en dos zancadas y le di un puñetazo en el pecho. Mi mano lo atravesó sin tocarlo pero, aun así, fue toda una satisfacción.
—¡Eres un imbécil! —grité, tratando de golpearlo en la cabeza—. Me has dado un susto de muerte. Cal ha dicho que probablemente el Ojo te había pillado y yo creí que habían descubierto que tú y yo habíamos trabajado juntos y que te habían matado, arrogante pedazo de… —Lo siento —se disculpó moviendo sus manos translúcidas—. Pensé que podríamos hablar tranquilos. No he querido asustarte. Pero, ya que no estoy muerto, ¿Por qué no dejas de golpearme? Me detuve —¿Puedes sentirlo? —No, pero me resulta bastante incómodo ver cómo me das puñetazos. Estábamos muy cerca el uno del otro. Dejé caer los brazos. —No estás muerto. —Ni un poquito —bromeó dedicándome una verdadera, genuina sonrisa. Me ardían las mejillas. Le devolví la sonrisa. —Entonces «holograma» significa… —empecé a decir. —Significa «no corpóreo», lo cual es un fastidio porque hay un montón de cosas corporales que me gustaría hacer ahora mismo contigo. Me quedé mirándole los labios mientras sentía arder las mejillas. Entonces me acordé de que hacía diez minutos había estado en los brazos de otro chico, besándolo. Me aparté de él con la esperanza de que no notara nada y me senté en la cama. —Entonces, ¿dónde estás? —pregunté, llevándome las rodillas al pecho. A pesar de su apariencia fantasmal, pude notar una expresión de culpa en su cara. —En Roma —contestó—. O si quieres que sea más específico, escondido en un armario en una villa en Roma.
No me molestó saber que estaba en Roma con el Ojo. Después de todo, hasta hacía un rato, habría considerado dicha posibilidad como un milagro. —¿Por qué pones esa cara? —quiso saber Kai. Me abracé las rodillas. —¿Qué cara? —Como si quisieras vomitar o ponerte a llorar o las dos cosas a la vez. Vamos, y yo que tenía la intención de poner cara de póquer… —Ha sido una noche dura. En realidad, las últimas semanas han sido muy duras. Dado que no sabía cuánto tiempo podría hablar con Kai, hice un resumen de todo lo sucedido desde que me había ido de Thorne. Kai se quedó de pie, escuchándome, y solamente se mostró sorprendido cuando le comuniqué que mi papá era un Brannick. —De modo que éste es el motivo por el que estamos aquí —expliqué—. De visita familiar en casa de las Brannick. Y ahora ha aparecido mi padre, y, eh, Cal. Y tú claro. Ya ves; ha sido una noche movidita. —¿Cómo consiguieron encontrarte Cal y tu padre? He probado el GPS mágico desde el mismo momento en que salí de Thorne y hasta ahora no he podido dar contigo. —Antes de irme de Thorne, Cal me dijo que buscara a la Brannick. Así que supongo que esperaban encontrarme aquí. Es la primera vez que he tenido algo de suerte desde el año 2002. Kai sonrió. Su imagen empezó a titilar. —Maldita sea —susurró, palpando la piedra que colgaba alrededor de su cuello—. Parece que no nos queda demasiado tiempo, así que démonos prisa. Lo único que sabe el Ojo es que las Casnoff han desaparecido. No han tenido notificaciones de nuevos ataques perpetrados por demonios. Sabemos que algo están tramando, aunque no tenemos ni idea de qué se trata.
—Lo mismo dijo mi padre. —Estamos buscando a las Casnoff, pero hasta ahora no ha habido suerte. Es como si estuviéramos en una lista de espera. —Aquí tenemos la misma sensación —reconocí—. Y dime una cosa, Kim, ¿piensas quedarte en el Ojo? Kai miró hacia un punto por encima de su hombro. —No lo sé —contestó, mirándome de nuevo. Su voz sonaba más calmada—. Por ahora no tengo otro lugar al que pueda ir. —Puedes venir aquí. Kai sonrió y extendió una mano fantasmal. Enlacé mis dedos con los suyos, aunque no los sentí. —Me encantaría —confesó—. Pero me están observando muy de cerca, últimamente. Por ahora es más seguro que me quede donde estoy y me ponga las pilas. —¿Volveré a verte algunas vez? —le pregunté mirando nuestras manos enlazadas. —Ya lo creo —contestó—. ¿No te prometí que nos besaríamos en un castillo? —Lo hiciste. Y que me llevarías a sitios. A sitios donde no hagan falta las espadas ni tengamos que lidiar con zombis —recordé, retirando mi mano de entre las suyas. —Bueno, me tengo que ir —dijo—. Tan pronto como hayamos salvado al mundo de la invasión de demonios seremos felices y comeremos perdices. —¡Oh, qué romántico! La sonrisa de Kai se desvaneció lentamente. —Te volveré a ver —me aseguró poniéndose serio—. Te lo prometo. Se acercó hacia mí y, al hacerlo, sus piernas translúcidas se fundieron con la cama.
—Lee, yo… Pero antes de que pudiera terminar la frase, la imagen de Kai desapareció. —Oh, venga ya —dije y mi voz resonó por toda la habitación vacía. Con un suspiro me dejé caer encima de las almohadas y cerré los ojos. Allí me quedé por unos instantes, hasta que, de pronto, sentí que no estaba solo. Los abrí y me encontré con Elodie, sentada a los pies de la cama, mirándome con una expresión indescifrable. —¿Lo quieres? —me espetó al fin. Me tomó unos instantes contestar a esta pregunta: —Sí. Creo que sí. Asintió con la cabeza, como si ésa fuera la respuesta que había estado esperando. —Yo también lo creía. De repente, comprendí que si realmente volvía a ver a Kai otra vez, el nuevo hábito de Elodie de aparecerse en cualquier momento podía llegar a ser un fastidio. —Está muy arrepentido de haberte mentido —le expliqué—. Y lamenta que hayas muerto y todo lo que tú ya sabes. Elodie se encogió de hombros. —No fue culpa suya que me asesinaran. Ahora que se me daba mucho mejor leer labios, no hacía falta que Elodie me repitiera las cosas. —La culpable fue Alice. Y, si tenemos en cuenta que las Casnoff son responsables directas de su demonización, podríamos decir que la culpa de mi muerte recae sobre ellas. —Vamos a detenerlas —afirmé—. No tengo ni idea cómo, pero lo haremos. Elodie se me quedó mirando.
—¿Lo harás? Sé lo de tus dos posibles futuros. —Yo nunca ayudaría a las Casnoff —repliqué automáticamente, aunque no pude evitar estremecerme al recordar las palabras de Torin. Me pareció que Elodie suspiraba, aunque era difícil asegurarlo, puesto que no respiraba. —Bueno, aunque no te pases al lado oscuro, sigues teniéndolo difícil. Tu padre ya no tiene poderes y tampoco se puede decir que tú los tengas, porque no pienso andar poseyéndote cada vez que te mentas en problemas. Izzy y Finley ni tan siquiera son capaces de matar a un hombre lobo y Aislinn Brannick es sólo una mujer sin ningún poder mágico. A tu papá se le dan mejor los libros que las armas y Torin es molesto e inútil. Básicamente, la única persona que queda es Cal, pero lo único que va a poder hacer es posponer tu inevitable muerte cuando las Casnoff y sus mascotas demoníacas te hagan pedazos. Pero, en fin, te deseo buena suerte. Y con esas inspiradoras palabras, desapareció.
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