22

21 0 0
                                    

—¿Qué edad crees que tengo?

—Eso es precisamente lo extraño —respondí—. La primera vez que te vi me pareciste una muchacha de unos veintitrés años.

—¿Y ahora?

—No, no. Ya al comienzo estaba perpleja, porque algo no físico me hacía pensar...

—¿Qué te hacía pensar?

—Me hacía pensar en muchos años. A veces siento como si yo fuera una niña a tu lado.

—¿Qué edad tienes tú?

—Veintitrés, la misma edad que supongo tu tendrás.

—Sos muy joven, realmente.

Me quedé perpleja. No porque creyera que mi edad fuese excesiva sino porque, a pesar de todo, yo debía de tener su misma edad; porque, de cualquier modo, no era posible que tuviese más de veintitrés años.

—Muy joven —repitió, adivinando quizá mi asombro.

—Y tú, ¿qué edad tienes? —insistí.

—¿Qué importancia tiene eso? —respondió seriamente.

—¿Y por qué has preguntado mi edad? —dije, casi irritada.

—Esta conversación es absurda —replicó—. Todo esto es una tontería.

Me asombra que te preocupes de cosas así.
¿Yo preocupándome de cosas así? ¿Nosotras teniendo semejante conversación? En verdad ¿cómo podía pasar todo eso? Estaba tan perpleja que había olvidado la causa de la pregunta inicial. No, mejor dicho, no había investigado la causa de la pregunta inicial. Sólo en mi casa, horas después, llegué a darme cuenta del significado profundo de esta conversación aparentemente tan trivial.

Durante más de un mes nos vimos casi todos los días. No quiero rememorar en detalle todo lo que sucedió en ese tiempo a la vez maravilloso y horrible. Hubo demasiadas cosas tristes para que desee rehacerlas en el recuerdo.Rosé comenzó a venir al taller. La escena de los fósforos, con pequeñas variaciones, se había reproducido dos o tres veces y yo vivía obsesionada con la idea de que su amor era, en el mejor dé los casos, amor de madre o de hermana.

De modo que la unión física se me aparecía como una garantía de verdadero amor. Diré desde ahora que esa idea fue una de las tantas ingenuidades  mías, una de esas ingenuidades que seguramente hacían sonreír a Rosé a mis espaldas. Lejos de tranquilizarme, el amor físico me perturbó más, trajo nuevas y torturantes dudas, dolorosas escenas de incomprensión, crueles experimentos con Roseanne. Las horas que pasamos en el taller son horas que nunca olvidaré. Mis sentimientos, durante todo ese período, oscilaron entre el amor más puro y el odio más desenfrenado, ante las contradicciones y las inexplicables actitudes de Roseanne; de pronto me acometía la duda de que todo era fingido.

Por momentos parecía una adolescente púdica y de pronto se me ocurría que era una mujer cualquiera, y entonces un largo cortejo de dudas desfilaba por mi mente: ¿dónde? ¿cómo? ¿quiénes? ¿cuándo? En tales ocasiones, no podía evitar la idea de que Rosé representaba  la más sutil y atroz de las comedias y de que yo era, entre sus manos, como una ingenua chiquilla al que se engaña con cuentos fáciles para que coma o duerma.

A veces me acometía un frenético pudor, corría a vestirme y luego me lanzaba a la calle, a tomar fresco y a rumiar mis dudas y aprensiones. Otros días, en cambio, mi reacción era positiva y brutal: me echaba sobre ella, le agarraba los brazos como con tenazas, se los retorcía y le clavaba la mirada en sus ojos, tratando de forzarle garantías de amor, de verdadero amor.

Pero nada de todo esto es exactamente lo que quiero decir. Debo confesar que yo misma no sé lo que quiero decir con eso del "amor verdadero", y lo curioso es que, aunque empleé muchas veces esa expresión en los interrogatorios, nunca hasta hoy me puse a analizar a fondo su sentido. ¿Qué quería decir? ¿Un amor que incluyera la pasión física? Quizá la buscaba en mi desesperación de comunicarme más firmemente con Roseanne.

Yo tenía la certeza de que, en ciertas ocasiones, lográbamos comunicarnos, pero en forma tan sutil, tan pasajera, tan tenue, que luego quedaba más desesperadamente solo que antes, con esa imprecisa insatisfacción que experimentamos al querer reconstruir ciertos amores de un sueño.

El TúnelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora